He estado más de una semana en Londres explorando librerías, documentación y perfiles de científicos para entrevistarlos en el programa Redes de La 2 de TVE a partir de este mes. En el regreso a Barcelona desde el aeropuerto de Heathrow, di con la información más interesante de todo el viaje.
¿Por qué?, me preguntarán los lectores. Pues, sencillamente, porque dos periodistas daban cuenta en el Financial Times de dos hechos insólitos, pertenecientes a universos distintos, reveladores los dos de la esencia humana, de lo que ahora llamamos plasticidad cerebral, de la importancia del inconsciente y de lo que no vemos, del poder decisivo de las emociones, de la historia misteriosa que subyace en el trasfondo de los grandes acontecimientos. “¡Anda ya! –dirá más de un lector–. ¿Hay algo que no revelen sobre la conducta humana los dos eventos descritos por el periódico inglés?”
Veamos la primera noticia. Es un relato por Demetri Sevastopulo del primer día del juicio en Guantánamo del cerebro del atentado del 11-S, Khaled Sheikh Mohammed. Es importante. Aunque lo más importante, desde mi punto de vista, es la conexión con la segunda noticia. Son dos mundos separados. Simplemente, se trata de una entrevista a Yulia Timoshenko, presidenta de Ucrania, en la que habla sobre todo de la importancia del aspecto físico, de cómo nos ven los demás. Yulia es particularmente guapa, atildada e inteligente. ¿Dónde está la relación entre esas dos capillas incomunicadas; del suicidio terrorista por una parte y la belleza y devoción a su país por otra? ¿En virtud de qué metáfora tiene que ver un mundo con el otro? Ahora lo vemos.
Khaled Sheikh Mohammed dejó muy claro al Tribunal desde el comienzo que lo único que le importaba era convertirse en un mártir de la revolución; su mayor ambición era morir y no vivir. Los militares americanos habían previsto todos los recursos imaginables para que el inculpado gozara de una defensa creíble, aunque impuesta. Mohammed los rechazó a todos. El juez permitió que el inculpado se explayara ante docenas de periodistas sobre la tortura a la que dijo ser sometido, él y otros acusados, sofocándoles con agua derramada en la boca y nariz hasta provocar la asfixia. O casi. Al acusado le molestó sobremanera que una mujer estuviera presente y para mostrar su contrariedad resistió más tiempo que nadie la tortura (noventa segundos sin respirar).
Entretanto, otra periodista estaba negociando con el propio inculpado, recurriendo a sus defensores y guardias de seguridad como intermediarios, para que le diera su aprobación a un dibujo reflejando su imagen actual, mucho más amable, por supuesto, que la primera fotografía publicada cuando fue detenido en el año 2003. Lo que dejó atónita a la periodista fue que el inculpado le llamara repetidamente la atención para que retocara el perfil de su nariz en el dibujo. Al final, dio su visto bueno. La periodista no acababa de creerse que la vanidad pudiera mover también a este personaje culpable de la muerte de tres mil víctimas.
En la entrevista con Yulia Timoshenko, el momento más penetrante de la conversación es cuando la periodista hace la siguiente pregunta: “¿Qué es más importante para una mujer, su trabajo o su imagen?” La respuesta fue inmediata: “Ella preferirá parecer bien por encima de todo, incluso a costa de su trabajo”. Uno de los terroristas más temidos del mundo y una de las europeas más guapas e inteligentes coincidían en lo mismo. La gente otorga una importancia decisiva a la idea que los demás se hacen de ellos, más allá de sus convicciones o de su trabajo. El continente, más que el contenido, es lo que importa.
Por Eduardo Punset
¿Por qué?, me preguntarán los lectores. Pues, sencillamente, porque dos periodistas daban cuenta en el Financial Times de dos hechos insólitos, pertenecientes a universos distintos, reveladores los dos de la esencia humana, de lo que ahora llamamos plasticidad cerebral, de la importancia del inconsciente y de lo que no vemos, del poder decisivo de las emociones, de la historia misteriosa que subyace en el trasfondo de los grandes acontecimientos. “¡Anda ya! –dirá más de un lector–. ¿Hay algo que no revelen sobre la conducta humana los dos eventos descritos por el periódico inglés?”
Veamos la primera noticia. Es un relato por Demetri Sevastopulo del primer día del juicio en Guantánamo del cerebro del atentado del 11-S, Khaled Sheikh Mohammed. Es importante. Aunque lo más importante, desde mi punto de vista, es la conexión con la segunda noticia. Son dos mundos separados. Simplemente, se trata de una entrevista a Yulia Timoshenko, presidenta de Ucrania, en la que habla sobre todo de la importancia del aspecto físico, de cómo nos ven los demás. Yulia es particularmente guapa, atildada e inteligente. ¿Dónde está la relación entre esas dos capillas incomunicadas; del suicidio terrorista por una parte y la belleza y devoción a su país por otra? ¿En virtud de qué metáfora tiene que ver un mundo con el otro? Ahora lo vemos.
Khaled Sheikh Mohammed dejó muy claro al Tribunal desde el comienzo que lo único que le importaba era convertirse en un mártir de la revolución; su mayor ambición era morir y no vivir. Los militares americanos habían previsto todos los recursos imaginables para que el inculpado gozara de una defensa creíble, aunque impuesta. Mohammed los rechazó a todos. El juez permitió que el inculpado se explayara ante docenas de periodistas sobre la tortura a la que dijo ser sometido, él y otros acusados, sofocándoles con agua derramada en la boca y nariz hasta provocar la asfixia. O casi. Al acusado le molestó sobremanera que una mujer estuviera presente y para mostrar su contrariedad resistió más tiempo que nadie la tortura (noventa segundos sin respirar).
Entretanto, otra periodista estaba negociando con el propio inculpado, recurriendo a sus defensores y guardias de seguridad como intermediarios, para que le diera su aprobación a un dibujo reflejando su imagen actual, mucho más amable, por supuesto, que la primera fotografía publicada cuando fue detenido en el año 2003. Lo que dejó atónita a la periodista fue que el inculpado le llamara repetidamente la atención para que retocara el perfil de su nariz en el dibujo. Al final, dio su visto bueno. La periodista no acababa de creerse que la vanidad pudiera mover también a este personaje culpable de la muerte de tres mil víctimas.
En la entrevista con Yulia Timoshenko, el momento más penetrante de la conversación es cuando la periodista hace la siguiente pregunta: “¿Qué es más importante para una mujer, su trabajo o su imagen?” La respuesta fue inmediata: “Ella preferirá parecer bien por encima de todo, incluso a costa de su trabajo”. Uno de los terroristas más temidos del mundo y una de las europeas más guapas e inteligentes coincidían en lo mismo. La gente otorga una importancia decisiva a la idea que los demás se hacen de ellos, más allá de sus convicciones o de su trabajo. El continente, más que el contenido, es lo que importa.
Por Eduardo Punset