El debate sobre el origen del lenguaje suele centrarse en torno a su naturaleza innata, genética, cognitiva o cultural. Es cierto, para hablar hace falta un gen. Pero este hecho importante no es lo esencial. Solo cuando nuestros antepasados desarrollaron un espíritu de cooperación con los demás, un compromiso de respeto mutuo -lo que se llama un contrato social- hemos podido desarrollar el lenguaje.