1. CASI COMO LOS ANGELES
1. Millones de años de evolución han moldeado a la lisa pata acomodarse e incorporarse exactamente a las mareas. Danza del desove de la lisa en la primavera, playas de La Jolla, California.
El hombre es una criatura singular. Posee un cúmulo de dones que lo hacen único entre los animales: a diferencia de ellos, no es una figura del paisaje, es un modelador de éste. En cuerpo y mente es el explorador de la naturaleza, el animal ubicuo que no ha encontrado sino creado su hogar en cada continente.
Los españoles que arribaron a las costas de California en 1769, a través del Océano Pacífico, consignaron que los indígenas locales narraban que, durante el plenilunio, los peces venían a bailar en estas playas. Y es verdad que existe una variedad local de peces, la lisa (grunion), que sale del agua y deposita sus huevos más allá del sitio donde termina la marea normal. Las hembras entierran la cola en la arena y los machos giran alrededor fertilizando los huevos conforme son depositados. El plenilunio es importante, ya que proporciona el tiempo que requieren los huevos para incubar sin ser perturbados en la arena, durante nueve o diez días, hasta la llegada de las siguientes mucho más altas mareas que se llevarán los peces recién nacidos hacia el mar.
Cada rincón del mundo está saturado de estas precisas y bellas adaptaciones, mediante las cuales un animal se integra a su medio como un engranaje a otro. El erizo duerme y aguarda la primavera para hacer funcionar su metabolismo. El colibrí desplaza el aire y clava su afilado pico en los flósculos nacientes. Las mariposas se mimetizan en hojas c incluso en criaturas nocivas para despistar a sus depredadores. El topo excava el suelo como si hubiera sido diseñado en forma de pala mecánica.
Es así que millones de años de evolución han moldeado a la lisa para aparecer exactamente con las mareas. Pero la naturaleza, es decir: la evolución biológica, no ha circunscrito al hombre a ningún ambiente específico. Por el contrario, comparado con la lisa, tiene habilidades menos específicas para sobrevivir; empero, esta es la paradoja de la condición humana: el poder de adaptación a todos los medios. Entre la multitud de animales que reptan, vuelan, escarban y nadan a nuestro derredor, es el hombre el único que no se halla encadenado a su ambiente. Su imaginación, su razón, sus delicadas emociones y su vigor le permiten no aceptar el medio sino cambiarlo. Y la serie de inventos merced a los cuales el hombre de todas las eras ha remodelado su mundo, constituye una clase de evolución diferente, no biológica sino cultural. Yo llamo a esa brillante secuencia de logros culturales El ascenso del hombre.
Utilizo la palabra ascenso en un sentido preciso. El hombre se distingue de los demás animales por su riqueza imaginativa. Planea, inventa, realiza nuevos descubrimientos, armonizando sus diversas capacidades; y sus descubrimientos se hacen más sutiles e importantes a medida que aprende a combinar sus facultades de maneras más complejas y sutiles. Así, los grandes descubrimientos de distintas eras y culturas —en la técnica, en la ciencia, en las artes— expresan en su continuidad una más rica e intrincada conjunción de facultades humanas, una ascendente interrelación de éstas.
Es por supuesto tentador —muy tentador para un científico— esperar que las proezas más excepcionales de la mente sean también las más recientes. Y ciertamente tenemos motivos para ufanarnos de algunos descubrimientos modernos. Pensemos, por ejemplo, en el descubrimiento de la clave de la herencia en la espiral del DNA; o en las investigaciones sobre las facultades del cerebro humano. Pensemos en la perspicacia filosófica que llegó a concebir la Teoría de la Relatividad o el minucioso comportamiento de la materia en la escala atómica.
No obstante, el admirar únicamente nuestros propios triunfos como si carecieran de pasado (y estuvieran ciertos del futuro), sería hacer una caricatura del conocimiento. Para la consecución humana y particularmente para la ciencia, el conocimiento no constituye un museo de construcciones terminadas. Es una progresión en la cual los primeros experimentos de los alquimistas son también parte constitutiva, así como lo es la aritmética avanzada que los astrónomos mayas de la América Central crearon por sí mismos e independientemente del Viejo Mundo. La ciudad pétrea de Machu Picchu en los Andes y la geometría de la Alhambra en la España morisca nos parecen, cinco siglos después, obras exquisitas de arte decorativo. Pero si detenemos nuestra apreciación en este punto, pasamos por alto la originalidad de las dos culturas que las edificaron. En su propio tiempo, estas construcciones fueron tan grandiosas e importantes para sus pueblos como en el día de hoy lo es para nosotros la arquitectura del DNA.
En cada época hay un punto decisivo, una nueva forma de ver y asegurar la coherencia del mundo. Está plasmado en las estatuas de la Isla de Pascua, que lograron detener el tiempo, y en los relojes medievales de Europa, que alguna vez también dieron la impresión de decir para siempre la última palabra acerca de los cielos. Cada cultura intenta fijar su momento visionario, una vez que es transformada por una nueva concepción bien de la naturaleza o del hombre. Pero retrospectivamente, lo que llama nuestra atención son las continuidades, los pensamientos que aparecen o reaparecen de una a otra civilizaciones. No hay nada tan inesperado en la química moderna como la obtención de aleaciones con nuevas propiedades; esto fue descubierto después del nacimiento de Cristo, en la América del Sur, y mucho tiempo antes en Asia. La separación y fusión del átomo se derivan conceptualmente a partir de un descubrimiento hecho en tiempos prehistóricos: el de que la piedra y toda la materia poseen una estructura que puede ser separada y vuelta a unir en nuevas formas. Y el hombre realizó descubrimientos biológicos casi entonces: la agricultura —la adaptación del trigo silvestre, por ejemplo— y la sorprendente idea de domar y luego montar el caballo.
2. En cada época hay un punto decisivo, una nueva forma de ver y asegurar la coherencia del mundo.
Trabajos renacentistas de perspectiva sobre cómo dibujar un cáliz, y la rotación de la espiral del DNA, la base molecular de la herencia, tomadas de una pantalla de computadora.
3. La árida sabana se convirtió en una trampa en el tiempo así como en el espacio. Impala. Manada de topis
Al seguir los puntos decisivos y las continuidades de la cultura, habré de seguir un orden general aunque no estrictamente cronológico, debido a que lo que me interesa a mí es la historia de la mente humana considerada como un desdoblamientos de sus diversas capacidades. Habré de relacionar sus ideas, y particularmente sus ideas científicas, con los orígenes de las dotes con que la naturaleza le ha enriquecido y que le hacen único. Lo que habré de presentar, lo que me ha fascinado durante muchos años, es la forma en que las ideas del hombre expresan cuanto es esencialmente humano en su naturaleza.
Así, estos programas o ensayos constituyen una jornada a través de la historia del intelecto, una jornada personal cuya meta son los puntos culminantes de la consecución humana. El hombre asciende al descubrir los alcances de su potencial (sus talentos o facultades) y lo que crea en su camino son monumentos a las etapas de su comprensión de la naturaleza y de sí mismo, lo que el poeta W. B. Yeats denominó «monumentos del intelecto eterno».
¿Dónde deberíamos comenzar? Con la Creación; con la creación del hombre mismo. Charles Darwin indicó el camino con El origen de las especies en 1859, y después, en 1871, en su obra La descendencia del hombre. Es ahora casi seguro que el hombre evolucionó primero en África cerca del ecuador. Es típica de estos lugares —en los cuales pudo haberse iniciado su evolución— la región de las sabanas que se extiende a través del norte de Kenia y el suroeste de Etiopía, cerca del Lago Rodolfo. Este ocupa una larga franja norte y sur a lo largo del Valle del Gran Risco, festoneada por más de cuatro millones de años de gruesos sedimentos acumulados en la cuenca de lo que fue antes un lago mucho mayor. Buena parte de sus aguas provienen del sinuoso y lento Orno. Para los orígenes del hombre, esta es una zona posible: el valle del río Orno en Etiopía, cerca del Lago Rodolfo.
Las antiguas historias solían ubicar la creación del hombre en una edad dorada y en un bello paraíso legendario. Si yo estuviese narrando ahora la historia del Génesis, me encontraría en el Jardín del Edén. Pero, evidentemente, esto no es el Jardín del Edén. Empero, estoy en el ombligo del mundo, en el sitio donde naciera el hombre; aquí, en el Valle del Risco del este de Africa, cerca del ecuador. Los desniveles de la cuenca del Orno, los escarpes, el árido delta, registran un pasado histórico del hombre. Y si esto fue alguna vez un Jardín del Edén, se marchitó hace millones de años.
4. Para los orígenes del hombre, esta es una zona posible. Estratos dispersos del Orno: la parte baja tiene una antigüedad de cuatro millones de años. Restos de los primeros homínidos se encuentran en niveles de estos estratos, procedentes de hace más de dos millones de años.
He escogido este sitio porque tiene una estructura única. En este valle se han depositado capa sobre capa de ceniza volcánica, separadas por anchas franjas de pizarra y arcilla, durante los últimos cuatro millones de años. Este profundo depósito se formó en distintas épocas, estrato por estrato, visiblemente separados según su edad: cuatro millones de años de antigüedad, tres millones, más de dos millones, algo menos de dos millones. Y entonces el Valle del Risco lo dobló y mantuvo vertical, de modo que ahora es un mapa en el tiempo, el cual vemos extenderse hacia la distancia y el pasado. El registro del tiempo en las estratificaciones, generalmente sepultadas bajo nuestros pies, ha sido derribado sobre las escarpas que flanquean el Omo y dispersadas como las aspas de una hélice.
Tales escarpas son los estratos en las márgenes: en primer término el nivel inferior —de cuatro millones de años de antigüedad— y después el siguiente menos profundo, de bastante más de tres millones. Los restos de una criatura humanoide aparecen después, junto con los de animales que vivieron en la misma época.
Los animales son una sorpresa, porque resulta que han cambiado muy poco. Cuando encontramos en el sedimento fangoso de dos millones de años de antigüedad fósiles de la criatura que habría de convertirse en hombre, nos quedamos atónitos ante las diferencias entre su esqueleto y el nuestro; como el desarrollo del cráneo, por ejemplo. Sería entonces de esperar que los animales de la sabana también hubieran cambiado grandemente. Pero el registro fósil de África demuestra que esto no es así.
Miremos al antílope topi como el cazador lo ve hoy. El antepasado del hombre que cazaba al ancestro de este animal hace dos millones de años, reconocería de inmediato al topi actual. Pero no reconocería al cazador moderno, negro o blanco, como su propio descendiente.
5. Los animales son una sorpresa, porque resulta que han cambiado muy poco. Cuernos de nyala modernos y arcaicos del Omo. Los arcaicos tienen más de dos millones de años
Sin embargo, no es la caza en sí (o cualquiera otra simple actividad) lo que ha cambiado al hombre. Pues encontramos que, entre los animales, el cazador ha cambiado tan poco como su presa. El leopardo sigue siendo poderoso en la persecución y la gacela muestra idéntica agilidad para escapar; ambos perpetúan la misma relación entre sus especies, al igual que antaño. La evolución humana se inició cuando el clima africano se convirtió en árido: los lagos disminuyeron de tamaño y la vegetación se redujo hasta convertirse en sabana. Y, evidentemente, fue una bendición para el precursor del hombre el no encontrarse bien adaptado a estas condiciones. Por que el medio cobra un precio por la supervivencia de los mejor adaptados; los captura. Cuando animales como la cebra de Grevy se adaptaron a la árida sabana, ésta se convirtió en una trampa en el tiempo así como en el espacio; permanecieron donde estaban y casi tal como eran. El mejor adaptado de todos estos animales es, sin duda, la gacela de Grant; a pesar de eso, su grácil salto nunca la sacó de la sabana.
En un candente paisaje africano como el del Orno, el hombre puso por vez primera su planta sobre el suelo. Esto parece una manera pedestre de iniciar el ascenso del hombre; sin embargo, es crucial. Hace dos millones de años, el primer ancestro comprobado caminaba con un pie prácticamente igual al del hombre moderno. El hecho es que, cuando puso su planta en el suelo y caminó erguido, el hombre se comprometió a una nueva integración vital y, por ende, de sus miembros.
6. Desconozco cómo se inició la vida del niño de Taung; pero a mi parecer sigue siendo el infante primordial, a partir del cual principió toda la aventura del hombre. Cráneo del niño de Taung.
7. Los antecesores del hombre poseían un pulgar corto y, por lo tanto, no podían manipular muy delicadamente. Huesos del dedo medio y del pulgar del Australo-pithecus, descubiertos en las capas más profundas del desfiladero de Oldu-vai, sobrepuestos a los huesos de una mano moderna.
El órgano en que nos vamos a concentrar es, naturalmente, la cabeza, por que de todos los órganos humanos ha sido el que ha experimentado mayores y más importantes cambios formativos. Felizmente, la cabeza deja un fósil duradero (a diferencia de los órganos blandos), y aunque registra menos información de la que desearíamos acerca del cerebro, al menos nos proporciona alguna medida de su tamaño En los últimos cincuenta años se ha encontrado un buen número de cráneos fósiles en el sur del África, los cuales determinan la estructura característica de la cabeza cuando empezó a parecerse a la humana. La figura 6 muestra el aspecto que tenía hace dos millones de años. Se trata de un cráneo histórico, hallado no en el Orno sino al sur del ecuador, en un lugar llamado Taung, por el anatomista Raymond Dart. Es de un niño de cinco o seis años de edad, y aunque la cara se encuentra casi completa, desgraciadamente se ha perdido una parte del cráneo. Fue, en 1924, un hallazgo desconcertante, el primero en su clase, y se trató con cautela aun después de los trabajos iniciales que Dart realizó con este fósil.
No obstante, Dart reconoció al instante dos rasgos extraordinarios. El primero es que el foramen magnum (es decir, el orificio en la base del cráneo a través del cual pasa la médula espinal para insertarse en el cerebro) es vertical; de modo que se trata de un niño que sostenía su cabeza en alto. Esta es una característica humana, pues en los monos y los simios la cabeza cuelga delante de la espina y no se asienta sobre ésta. El segundo es la dentadura. Los dientes son siempre reveladores. En este caso son pequeños y cuadrados —correspondientes a la primera dentición—, no son los grandes y afilados caninos propios de los simios. Esto significa que esta criatura alcanzaba las hierbas con las manos y no directamente con la boca. La evidencia de los dientes implica también que probablemente comía carne, carne cruda; y que, casi con certeza, esta criatura con habilidad manual fabricaba herramientas, herramientas de guija, ha-chas de piedra, para labrar y cazar.
Dart llamó a esta criatura Australopitecus. No es nombre que me agrade; significa sólo mono del sur, pero es un nombre confuso para una criatura africana que por vez pri-mera no era un simio. Sospecho que Dart, nacido en Aus-tralia, puso un toque malicioso en su elección del nombre Tomó diez años el encontrar más cráneos —esta ve de adultos— y no fue sino hacia fines de la década de 1950 que la historia del Australopithecus se formalizó. Se inició en Sudáfrica, pasó después al norte, al desfiladero de Olduvai en Tanzania, y más recientemente tuvieron lugar los más valiosos hallazgos de fósiles y herramientas en la cuenca del Lago Rodolfo. Esta historia es una de las delicias científicas del siglo. Es tan estimulante como los descubrimientos en física anteriores a 1940, y los obtenidos en biología desde 1950; y es tan satisfactoria como éstos por la luz que esparce sobre nuestra naturaleza como seres humanos.
Para mí, el pequeño Australopithecus conlleva una historia personal. En 1950, cuando su condición humana no era de ninguna manera aceptada, se me pidió realizar una prueba matemática. ¿Podría yo relacionar el tamaño de los dientes del niño de Taung con su forma y así determinar que no correspondían a los de un simio? Nunca antes había tenido un cráneo fósil en mis manos y de ningún modo era yo un experto en dentaduras. Pero todo resultó bastante bien y me produjo un sentimiento estimulante que recuerdo en este instante. Yo, con más de cuarenta años, con una vida dedicada a la matemática abstracta acerca de la forma de las cosas, vi de pronto cómo mis conocimientos se desplazaban dos millones de años atrás y proyectaban una luz en la historia del hombre. Fue algo grandioso.
Y desde ese momento me dediqué de lleno a meditar acerca de lo que hace al hombre ser lo que es: en la labor científica que he realizado desde entonces, en las obras que he escrito y en estos programas. ¿Cómo se convirtieron los homínidos en el hombre que yo admiro: diestro, observador, pensante, apasionado, capaz de manipular con la mente los símbolos del lenguaje y de la matemática, los conceptos de arte y geometría, de poesía y ciencia? ¿Cómo el ascenso del hombre le llevó desde sus inicios animales hasta despertar su interés por el funcionamiento de la naturaleza, el entusiasmo por el conocimiento, del cual estos ensayos son una expresión? Desconozco cómo se inició la vida del niño de Taung; pero a mi parecer sigue siendo el infante primordial, a partir del cual principió toda la aventura del hombre.
8. El niño ha registrado el compromiso humano de caminar erguido. Niño de 14 meses que empieza a caminar.
El bebé humano, el ser humano, es un mosaico de animal y ángel. Por ejemplo, el reflejo que hace al niño patalear está ya en el útero materno —toda madre lo sabe— y se manifiesta en todos los vertebrados. El reflejo es autosuficiente, pero da la pauta para movimientos más complejos que tendrán que practicarse antes de convertirse en automáticos. Aquí, a los once meses, los reflejos obligan al bebé a gatear. Esto acarrea movimientos nuevos, los cuales se consolidan y quedan registrados en el cerebro (específicamente en el cerebelo, donde se integran la acción muscular y el equilibrio), para formar todo un repertorio de movimientos sutiles y complejos que se constituirán en su segunda naturaleza. Ahora el cerebelo está al control. Todo lo que la mente consciente tiene que hacer es enviar una orden. Y a los catorce meses el control ordena: ¡Levántate! El niño ha registrado el compromiso humano de caminar erguido. Cada acción humana tiene su origen, en alguna medida, en nuestro ascendiente animal; seríamos criaturas frías y solitarias de ser privados de esa corriente vital. No obstante, cabe preguntarse: ¿Cuáles son los dones físicos que el hombre debe compartir con los animales y cuáles son los que lo hacen diferente? Consideremos cualquier ejemplo —cuanto más palpable mejor—; digamos, la acción simple de un atleta cuando corre o salta. Cuando escucha el disparo, la respuesta inicial del corredor es la misma que impele a escapar a la gacela. Su acción parece eminentemente animal. Se aceleran los latidos cardíacos; cuando el corredor alcanza su velocidad máxima, su corazón bombea cinco veces mayor cantidad de sangre de lo normal, la cual, en un noventa por ciento, va a irrigar los músculos. En ese momento necesita setenta y cinco litros de aire por minuto para oxigenar la sangre que ha de llegar a los músculos.
9. La mente del atleta se proyecta más allá de sí mismo, forjando su pericia; y en su imaginación salta hacia el futuro.
Atleta a punto de saltar y en el climax de la acción.Fotografía en infrarrojo de la cabeza y del torso de un atleta fatigado.
El recorrido violento de la sangre y el ingreso de aire pueden hacerse visibles, ya que se manifiestan como calor en las películas infrarrojas sensibles a dicha radiación. (Las zonas azules o brillantes son las más calientes; las rojas u oscuras, las más frías.) El flujo que observamos y que la cámara infrarroja analiza, constituye un subproducto que señala el límite de la acción para los músculos al quemarse en ellos el azúcar; pero tres cuartas partes de esta energía se pierden al convertirse en calor. Y existe otro límite, que es igual en el corredor que en la gacela, el cual es más severo. A esta velocidad, la combustión química en los músculos es demasiado rápida para ser completa. Los productos de desecho de la combustión incompleta, principalmente el ácido láctico, contaminan ahora la sangre. Esta es la causa de la fatiga y también del bloqueo de la acción muscular hasta que la sangre pueda ser descontaminada con oxígeno fresco.
Hasta aquí, no hay nada que distinga al atleta de la gacela: todo ello, de una manera u otra, constituye el metabolismo normal de un animal huyendo a escape. Pero existe una diferencia cardinal: el corredor no está huyendo. El disparo que le hizo impulsarse provenía de la pistola del juez de salida, y lo que experimentó, deliberadamente, no fue miedo sino exaltación. El corredor es como un niño que juega; sus acciones son un rito de libertad y el único propósito de su agotador esfuerzo es el de explorar los límites de su propia fuerza.
Naturalmente, existen diferencias físicas entre el hombre y los demás animales, aun entre el hombre y los simios. Por ejemplo, el atleta sujeta la garrocha en forma tal que ningún simio puede igualar. Sin embargo, estas diferencias son secundarias en comparación con otra fundamental: consiste en que el atleta es un adulto cuyo comportamiento no está regido por su ambiente inmediato, como lo están las acciones animales. En sí mismas, las acciones del deportista parecen no tener ningún sentido práctico; son un ejercicio que no está encaminado al presente. La mente del atleta se proyecta más allá de sí mismo, forjando su pericia; y en su imaginación salta hacia el futuro.
Impulsado por la garrocha, el saltador constituye un conjunto de habilidades humanas; la posición de la mano, el arco del pie, los músculos de los hombros y de la pelvis; la misma garrocha, en la cual la energía se acumula y es liberada como un arco que dispara una flecha. El carácter radical de este conjunto de elementos es el sentido de prevenir, es decir, la habilidad de poderse fijar un objetivo delante de sí y de mantener rigurosamente su atención en él. La actuación del atleta revela un plan continuado; de un extremo a otro, es la invención de la garrocha, la concentración de la mente en el momento anterior al salto, lo que proporciona la estampa de humanidad.
La cabeza es más que una imagen simbólica del hombre; es el asiento de la previsión del porvenir y, en este respecto, el resorte que impulsa la evolución cultural. Por lo tanto, si voy a visualizar el ascenso del hombre desde sus inicios en el animal, la evolución de la cabeza y del cráneo es lo que conviene investigar. Desafortunadamente, pese a tratarse de algo más de cincuenta millones de años, contamos sólo con seis o siete cráneos esencialmente distintos que podemos identificar como etapas de dicha evolución. Es indudable que, sepultados en el registro fósil, debe haber muchos otros pasos intermedios, algunos de los cuales serán encontrados; pero mientras esto no ocurra tendremos que atenernos a conjeturas sobre lo acaecido, estableciendo una secuencia aproximada entre los cráneos conocidos. La mejor manera de calcular estas transiciones geométricas de un cráneo a otro es a través de una computadora; de modo que, con el fin de trazar una continuidad, presento los cráneos a una computadora con un exhibidor visual que los analizará de uno en uno.
10. La cabeza es el resorte que impulsa la evolución cultural. Gráfica de computadora que muestra las etapas de la evolución de la cabeza.
Empezaremos cincuenta millones de años atrás, con una pequeña criatura arborícola, el lémur; su nombre, apropiadamente, es el de los espíritus romanos de la muerte. El cráneo fósil pertenece a la familia de lémures Adapis y fue hallado en un depósito cretoso en las afueras de París. Cuando la parte inferior del cráneo se mira, puede observarse el foramen magnum notablemente hacia atrás, pues se trataba de una criatura cuya cabeza colgaba de la espina dorsal y no se sostenía sobre esta. Es posible que se alimentase de insectos y frutos, y tenía más de las treinta y dos piezas dentales que el hombre y la mayoría de los primates poseen actualmente.
El lémur fósil presenta algunas marcas esenciales de los primates, es decir, de la familia del mono, del simio y del hombre. Por los restos del esqueleto sabemos que tenía uñas y no garras. Tenía un pulgar oponible cuando menos a una parte de la mano. Y presenta en el cráneo dos rasgos sobresalientes que señalan la vía hacia el inicio del hombre.
El hocico es corto, los ojos grandes y muy separados. Esto significa que ha habido una selección contra el sentido del olfato y en favor del sentido de la vista. Las fosas oculares se encuentran todavía marcadamente hacia los extremos del cráneo, a ambos lados del hocico; pero sus ojos, comparados con los de insectívoros anteriores, más primitivos, han comenzado a ubicarse hacia el frente y a proporcionar visión estereoscópica. Estos son signos pequeños de un desarrollo evolutivo encauzados a dar forma a la compleja estructura del rostro humano; y aun así, a partir de ese momento, el hombre se inicia.
Esto sucedió hace cincuenta millones de años, en números redondos. En los siguientes veinte millones de años, la línea que conduce hacia los monos se ramifica separándose a partir de la línea principal hasta los simios y el hombre. La siguiente criatura en la línea principal, que data de treinta millones, fue el cráneo fósil, hallado en el Fayum, Egipto, denominado Aegyptopithecus. Tiene un hocico más corto que el del lémur, sus dientes recuerdan los del simio y es más corpulento, aunque sigue siendo arborícola. Pero desde ese momento, los ancestros de los simios y del hombre habrían de pasar parte de su vida en el suelo firme.
Otros diez millones de años nos conducen a veinte millones de años atrás, cuando aparecen en África del Este, Europa y Asia los que podríamos denominar como simios antropoides. Un hallazgo clásico realizado por Louis Leakey ostenta el digno nombre de Procónsul; y hay cuando menos otro género tan conocido, el Dryopithecus. (El nombre Procónsules producto del ingenio antropológico; fue concebido para sugerir que se trataba del ancestro de un famoso chimpancé del zoológico de Londres en 1931, cuyo mote era el de Cónsul.) El cerebro es ostensiblemente más grande y los ojos están completamente en frente para permitir la visión estereoscópica. Estos desarrollos nos revelan los avances de la línea evolutiva del simio y del hombre. Mas si, como es factible, había sufrido ya nuevas ramificaciones en lo concerniente al hombre, esta criatura pertenece a la línea ramificada de los simios. Su dentadura nos indica que se trata de un simio por la forma en que su mandíbula está cerrada por los grandes caninos, lo cual no ocurre con la del hombre.
Es este cambio en la dentición el que señala la separación de la línea que conduce al hombre. El primer precursor que conocemos es el Ramapithecus, encontrado en Kenia y en la India. Esta criatura data de hace catorce millones de años y sólo tenemos fragmentos de la mandíbula. Pero es claro que sus dientes están nivelados y son más humanos. Ya no se presentan los grandes caninos de los simios antropoides; la cara es mucho menos prominente y es evidente que nos aproximamos a una rama del árbol evolutivo; algunos antropólogos clasifican drásticamente al Ramapithecus entre los homínidos.
Existe una laguna de cinco a diez millones de años en el resgistro fósil. Inevitablemente, esta laguna oculta la parte más intrigante de la historia, cuando la línea que va de los homínidos al hombre se aparta con firmeza de la línea de los simios modernos. Sin embargo, no hemos encontrado todavía un registro inequívoco de ello. Es posible entonces que, a cinco millones de años, encontremos a los verdaderos parientes del hombre.
Un primo del hombre, aunque no en línea directa con nosotros, es el fornido Australopithecus que era vegetariano. El Australopithecus robustas es parecido al hombre y su línea evolutiva no nos conduce a ninguna otra parte; simplemente, se extinguió. La prueba de que vivía de plantas la encontramos de nuevo en su dentadura y es sumamente directa: los dientes que persisten están cariados por la arenisca que cubría las raíces con que se alimentaba.
Su primo en la línea hacia el hombre es más ligero —lo cual es visible en la mandíbula— y se trata probablemente de un carnívoro. Es la máxima aproximación conocida a lo que hemos denominado el «eslabón perdido»: el Australopithecus africanus, uno de los diversos cráneos fósiles hallados en Sterkfontein en el Transvaal y en otros sitios del África; es perteneciente a una hembra adulta. El niño de Taung, con el cual empecé, se habría parecido a ella de haber crecido; completamente erguido, caminando y con un cerebro de mayor tamaño, que pesaba entre quinientos y ochocientos gramos. Este es el tamaño del cerebro de un simio grande moderno; aunque, por supuesto, esta era una criatura pequeña, pues medía sólo 1,20 m. Cierto es que hallazgos recientes de Richard Leakey sugieren que hace dos millones de años, aproximadamente, el cerebro ya había aumentado de tamaño más incluso que eso.
Y con un cerebro mayor, los antepasados del hombre realizarían dos inventos trascendentales, de uno de los cuales tenemos evidencia visible y del otro inferible evidencia. En primer término, la invención visible. Hace dos millones de años, el Australopithecus elaboraba herramientas rudimentarias de piedra cuyos cantos afilaba a base de golpes. Y durante el millón de años subsecuente, el hombre, en plena evolución, no cambió este tipo de herramienta. Había realizado la invención fundamental, el acto deliberado de preparar y guardar una guija o piedra para su uso posterior. Merced a este impulso de habilidad y previsión, acto simbólico de descubrimiento del futuro, había aflojado el freno que el ambiente impone a todas las demás criaturas. El uso constante de la misma herramienta por tanto tiempo, demuestra la fuerza del invento. La sostenían de modo simple, presionando el extremo más grueso contra la palma de la mano, con gran vigor. (Los antecesores del hombre poseían un pulgar corto y, por lo tanto, no podían manipular muy delicadamente, pero podían emplear la presión de fuerza.) Y, por supuesto, constituye una herramienta que casi con certeza empleaban, como consumidores de carne, para ablandar y cortar ésta.
11. El uso constante de la misma herramienta por tanto tiempo, demuestra la fuerza del invento. Cada animal deja vestigios de lo que fue; sólo el hombre deja vestigios de lo que ha creado. Herramienta de pedernal del Homo erectus.
El otro invento es de tipo social y lo deducimos mediante sutiles cálculos aritméticos. Los cráneos y los esqueletos del Australopithecus que se han descubierto hasta la fecha en grandes cantidades, indican que la mayoría pereció antes de alcanzar los veinte años de edad. Esto significa que debían abundar los huérfanos. Pues el Australopithecus sin duda tenía una prolongada infancia, al igual que todos los primates; a los diez años de edad, digamos, los supervivientes eran niños todavía. Por lo tanto, deben haber constituido una organización social en la cual los niños eran cuidados y (tal si fueran) adoptados, convirtiéndose en parte de la comunidad; de modo que en un sentido general podría decirse que eran educados. Este es un gran paso hacia la evolución cultural.
¿En qué momento podríamos decir que los precursores de hombre se convierten en el hombre mismo? Es esta una cuestión delicada, a causa de que tales cambios no suceden de un día para otro. Sería torpe intentar hacerlos aparecer como más repentinos de lo que en realidad fueron, fijar la transición con demasiada precisión o bien polemizar acerca de los nombres. Hace dos millones de años no éramos hombres todavía. Hace un millón de años ya lo éramos, pues a la sazón aparece una criatura que puede llamarse Homo, el Homo erectus, que se difunde más allá del África. El hallazgo clásico del Homo erectus ocurrió de hecho en China. Es el hombre de Pekín, que se remonta a cuatrocientos mil años, y que es la primera criatura que con certeza usaba el fuego.
Los cambios que en el Homo erectus llevan a nosotros son sustanciales durante más de un millón de años, pero parecen graduales en comparación con los que ocurrieron anteriormente. El mejor conocido de los sucesores fue encontrado por vez primera en Alemania durante el siglo pasado: otro cráneo clásico, el hombre de Neanderthal. Ya poseía un cerebro que pesaba kilogramo y medio, tan grande como el del hombre moderno. Es probable que algunas líneas del hombre de Neanderthal se hayan extinguido; pero parece factible que una línea del Este Medio llegase directamente hasta nosotros, la del Homo sapiens.
Más o menos en el último millón de años, el hombre efectuó un cambio en la calidad de sus herramientas, lo que presumiblemente señala un refinamiento biológico de la mano durante este período, y en especial de los centros cerebrales que controlan la mano. Es la criatura más perfeccionada (biológica y culturalmente) del último medio millón de años, ya que podía hacer más que copiar las arcaicas herramientas de piedra que se remontaban al Australopithecus. Elaboraba herramientas que requieren de una manipulación más delicada en su manufactura y, naturalmente, en su utilización. El desarrollo de tales refinados talentos y el empleo del fuego no son un fenómeno aislado. Por el contrario, debemos siempre tener presente que el verdadero contenido de la evolución (tanto biológica como cultural) es la elaboración de un nuevo comportamiento. Y es debido únicamente a que el comportamiento no deja fósiles, que nos vemos forzados a buscarlos en huesos y dientes. Estos, por sí mismos, no son interesantes, ni siquiera para la criatura a que pertenecían; le servían como equipo para la acción, y para nosotros son interesantes por que, como equipo, denotan sus actividades, y los cambios en el equipo revelan cambios en comportamiento y talento.
Por esta razón, los cambios ocurridos en el hombre durante su evolución no tuvieron lugar por partes. No fue ensamblado con el cráneo de un primate y la mandíbula de otro; este concepto erróneo es demasiado ingenuo para ser real, y sólo puede crear otro fraude como el cráneo de Piltdown. Cualquier animal, y especialmente el hombre, es una estructura altamente integrada, cuyas partes deben cambiar como un todo al tiempo que cambia su comportamiento. La evolución del cerebro, de la mano, de los ojos, de los pies, de los dientes, la estructura humana toda, constituyen un mosaico de dones especiales y, en cierto sentido, cada uno de estos capítulos es un ensayo de algún don humano especial. Estos dones han hecho de él lo que es, más rápido en evolucionar y con un comportamiento más rico y más flexible que el de cualquier otro animal. A diferencia de las criaturas (algunos insectos, por ejemplo) que han permanecido inalterados durante cinco, diez, incluso cincuenta millones de años, el hombre ha cambiado durante este tiempo a escala más allá de todo posible reconocimiento. El hombre no es la más majestuosa de las criaturas. Antes incluso que los mamíferos, los dinosaurios eran decididamente más espléndidos. Pero él posee algo que los demás animales no tienen: un caudal de facultades que por sí solo, en más de tres millones de años de vida, le hizo creativo. Cada animal deja vestigios de lo que fue; sólo el hombre deja vestigios de lo que ha creado.
12. La caza es una empresa comunitaria de la cual el climax, y sólo el climax, es el matar. Grupo de cazadores indígenas de la cuenca del Amazonas, que comen juntos antes de la caza.
El cambio de alimentación es importante en una especie cambiante en un período como de cincuenta millones de años. Las primeras criaturas en la secuencia hacia el hombre poseían ojos vivos, dedos delicados, y eran insectívoros y frugívoros como los lémures. Los primeros simios y homínidos, desde el Aegyptopithecus y el Procónsul hasta el Australopithecus corpulento, se cree que pasaron sus días alimentándose básicamente de vegetales. Pero el Australopithecus ágil rompió con la costumbre primate arcaica del vegetarianismo.
El cambio de la alimentación vegetariana a la omnívora, una vez ocurrido, persistió en el Homo erectus, en el hombre de Neanderthal y en el Homo sapiens. A partir del ancestral Australopithecus ágil en adelante, la familia del hombre comió alguna carne: primero animales pequeños, de mayor tamaño después. La carne es una proteína más concentrada que la planta, y el consumir carne disminuye en dos tercios el volumen y el tiempo de ingestión de los alimentos. Fueron de gran alcance para la evolución del hombre las consecuencias de esto. Dispuso de más tiempo libre, y podía emplearlo en formas más indirectas, para proveerse de alimentos procedentes de distintas fuentes (como los grandes animales), que no podía cazar por hambrienta fuerza bruta. Evidentemente, eso ayudó a impulsar (por selección natural) la tendencia de todos los primates a interponer una demora interna en el cerebro, entre el estímulo y la respuesta, hasta que hubo desarrollado la habilidad eminentemente humana de posponer la satisfacción del deseo.
13. Las primeras criaturas en la secuencia hacia el hombre poseían ojos vivos, dedos delicados, y eran insectívoros y frugívoros como los lémures. Lémur moderno de Madagascar y esqueleto de bebé arcaico del África Oriental, que se alimentaba de frutos y tenía un parentesco muy cercano con el lémur. I Sote se la estructura de las manos y las uñas.)
Pero el efecto más marcado de una estrategia indirecta encauzada a la adquisición de alimentos es, evidentemente, el fomento de la actividad social y de la comunicación. Una criatura poco veloz como el hombre puede acechar, perseguir y acorralar a un gran animal de la sabana adaptado a huir, únicamente por cooperación. La cacería requiere de un planeamiento y de una organización consciente a través del lenguaje, así como de armas especiales. Ciertamente que el lenguaje, tal cual lo usamos, contiene algo del carácter de un plan de cacería, en el sentido de que (a diferencia de los animales) nos instruimos recíprocamente mediante frases que se amalgaman y que proceden de unidades movibles. La caza es una empresa comunitaria de la cual el climax, y sólo el climax, es el matar.
La caza en un solo lugar no puede sostener a una población en crecimiento; el límite de la sabana no era superior a dos personas por milla cuadrada. Con esa densidad, la superficie terrestre total del planeta podría mantener únicamente a la población actual de California, cerca de veinte millones, y no podría mantener a la población de la Gran Bretaña. La disyuntiva para los cazadores era brutal: moverse o morir de inanición.
Y se movilizaron distancias prodigiosas. Hace un millón de años, se encontraban en África del Norte. Hace setecientos mil años, o incluso antes, se hallaban en Java. Hace cuatrocientos mil años, se habían desplegado y emigrado hacia el norte, a China en el este y a Europa en el oeste. Estas increíbles migraciones expansivas hicieron del hombre, desde un principio, una especie difundida ampliamente, pese a que el número total de sus componentes era muy pequeño: tal vez de un millón.
Lo que resulta aún más sorprendente es que el hombre se trasladó hacia el norte precisamente después de que la temperatura descendía a punto de congelación. En esa gran era glacial, el hielo brotaba de la tierra. Desde tiempo inmemorial, el clima septentrional se había mantenido templado, virtualmente durante varios centenares de millones de años. No obstante, antes de que el Homo erectus se estableciera en China y en el norte de Europa, se iniciaba la secuencia de las tres Glaciaciones autónomas.
Cuando la primera de las Glaciaciones pasaba por su climax, el hombre de Pekín vivía en cuevas, hace cuatrocientos mil años. No es sorprendente encontrar restos de las fogatas encendidas en esas cuevas por primera vez. El hielo se desplazó hacia el sur y se retrajo tres veces, y la tierra cambió en cada ocasión. Las capas de hielo llegaron a contener tal cantidad de agua que el nivel de los mares descendió ciento veinte metros. Después de la segunda Glaciación, hace más de doscientos mil años, apareció el hombre de Neanderthal con su cerebro grande y se destacaría durante la última Glaciación.
Las culturas del hombre que mejor reconocemos se iniciaron en la Glaciación más reciente, en los últimos cien o incluso cincuenta mil años. Es entonces cuando encontramos las herramientas más elaboradas que revelan métodos de cacería perfeccionados: el lanzador de venablos, por ejemplo; y el bastón que hacía las veces de martillo; el arpón de múltiples púas; y, por supuesto, los instrumentos de pedernal necesarios para fabricar estas armas.
14. Fósiles que dan cuenta de la evolución cultural del hombre en una progresión ordenada. Arpón de cuerno de reno nagdaleniense. Los anzuelos de los arpones pa-\aron de una a dos hileras luíante la última glaciación. Bastón de Santander, Es-paña, decorado con cabezas de ciervos. Pintura de una cacería de renos, Refugio de los Caballos, Garganta de Val-torta, Castellón, España oriental. El invento del arco y la flecha surgió a fines de la última glaciación.
Resulta evidente que entonces, como ahora, los inventos pueden ser escasos pero se difunden rápidamente a través de una cultura. Por ejemplo, hace quince mil años, los cazadores magdalenienses del sur de Europa inventaron el arpón. En el período inicial de su invención los arpones magdalenienses carecían de púas; después mostraban una sola hilera de anzuelos; y hacia el fin del período, mientras acontecía el florecimiento del arte rupestre, los arpones ya presentaban una doble hilera de anzuelos. Los cazadores magdalenienses decoraban sus herramientas de hueso; esto permite precisar la época y el lugar de origen de sus creadores, por medio del refinamiento de estilo que ostentan. Son, en sentido estricto, fósiles que registran la evolución cultural del hombre en su progresión ordenada.
El hombre sobrevivió a la terrible prueba de las Glaciaciones gracias a que contaba con la flexibilidad mental de reconocer los inventos y convertirlos en propiedad de la comunidad. Obviamente, las Glaciaciones originaron un cambio profundo en el estilo de vida del hombre. Lo forzaron a depender menos de las plantas y más de los animales. Los rigores de la cacería al borde del hielo también cambiaron su estrategia. Se hizo menos atrayente la caza de animales solos, aunque fuesen grandes. La mejor alternativa era la de seguir a los rebaños y no perderlos de vista; aprender a anticipárseles y, en fin, adoptar sus hábitos, incluyendo sus frecuentes migraciones. Esta es una adaptación particular, la forma trashumante de vida en movimiento. Tiene algunas de las cualidades primitivas de la caza, porque es una persecución; la comida animal determinaba el lugar y el paso. Y poseía algunas de las cualidades posteriores de la ganadería, porque el animal era cuidado y, como lo era, preservado como un depósito alimenticio móvil.
15. Existen actualmente treinta mil lapones y su forma de vida está próxima a desaparecer. Lapones conductores de manadas de renos, frente a su campamento en Fin-marca, en 1900.
La forma trashumante de vida constituye en la actualidad un fósil cultural y ha sobrevivido escasamente. El único grupo humano que aún conserva ese estilo de vida es el de los lapones, en el extremo norte de Escandinavia, que siguen a los renos como lo hicieron durante las Glaciaciones. Es posible que los ancestros de los lapones llegaran al norte desde la escarpada zona francocantábrica de los Pirineos, tras la pista del reno, una vez que las últimas capas de hielo se hubieron retraído del sur de Europa, hace doce mil años. Existen actualmente treinta mil lapones y trescientos mil renos, y su forma de vida está próxima a desaparecer. Los rebaños emprenden sus propias migraciones a través de los fiordos, de un pastizal gélido de liquen a otro, y los lapones van con ellos. Pero los lapones no son pastores; no controlan al reno ni lo han domesticado. Se limitan a seguirlo a dondequiera que va.
16 Sueca lapona con sus hijos durante la emigración de verano a las islas de la costa de Noruega, en 1925, y manada de renos silvestres después de su confinamiento de invierno.
A pesar de que los hatos de renos siguen siendo, en efecto, salvajes, los lapones poseen algunos de los inventos tradicionales para controlar individualmente a estos animales; los mismos que también otras culturas han descubierto: por ejemplo, ellos hacen a algunos machos tan manejables como animales domésticos mediante la castración. Es una relación extraña. Los lapones dependen completamente de los renos: consumen su carne diariamente a razón de medio kilogramo por cabeza; utilizan su piel, tendones y huesos; beben su leche y hasta hacen uso de su cornamenta. Empero, los lapones son más libres que los renos, debido a que su estilo de vida constituye una adaptación cultural y no biológica. La adaptación lograda por los lapones, la forma trashumante de vida en pleno movimiento en un paraje de hielo, es una opción que ellos podrían cambiar; no es irreversible como lo son las mutaciones biológicas. Pues una adaptación biológica es una forma congénita de comportamiento; pero la cultura es un comportamiento que se aprende o asimila —una forma preferida comunalmente— y que (como otras invenciones) ha sido adoptada por una sociedad completa.
17. La forma trashumante de vida en pleno movimiento en un paraje de hielo. Dibujo del lapón Johan Turi, quien relató por escrito la vida de su gente; los anímales de carga van al lado de los animales silvestres.Los reno son conducidos por los lapones que van sobre esquíes.
En ello estriba la diferencia fundamental entre una adaptación cultural y una biológica; y ambas son demostrables en los lapones. La construcción de refugios de piel de reno es una adaptación que los lapones pueden cambiar el día de mañana, como ya lo está haciendo la mayoría de ellos. Por contraste, los lapones, o las líneas humanas que les precedieron, han experimentado también cierta adaptación biológica. En el Homo sapiens, las .adaptaciones biológicas no son grandes; somos una especie bastante homogénea, debido a que nos hemos dispersado rápidamente por el mundo a partir de un solo centro. Sin embargo, se aprecian diferencias biológicas entre los grupos humanos, como todos sabemos. Las denominamos diferencias raciales, con lo cual queremos decir precisamente que no pueden ser cambiadas mediante una variación de hábitos o de habitat. Usted no puede cambiar el color de su piel. ¿Por qué son blancos los lapones? El hombre comenzó con piel oscura; la luz solar produce vitamina D en su piel y, si él hubiese sido blanco en África, eso hubiera sido demasiado. Pero en el norte, el hombre necesita asimilar toda la luz solar posible, para producir suficiente vitamina D, y la selección natural, por lo tanto, favoreció a aquellos de piel más blanca.
Las diferencias biológicas entre las distintas comunidades son así de modestas. La vida de los lapones no se ha regido por la adaptación biológica sino por la inventiva: por la utilización imaginativa de los hábitos del reno y de todos sus productos; por haberlo convertido en un animal de tiro; por sus artefactos y por el trineo. Sobrevivir en el hielo no depende del color de la piel; los lapones han sobrevivido, el hombre ha sobrevivido en las Glaciaciones, por el invento más importante de todos: el fuego.
El fuego es el símbolo del hogar, y desde que el Homo sapiens empezó a imprimir la huella de sus manos, hace treinta mil años, su hogar fue la cueva. Durante al menos un millón de años, el hombre ha vivido en determinada medida reconocible como forrajeador y cazador. Casi no contamos con monumentos de ese inmenso período de la prehistoria, mucho más prolongado que cualquier otro que hayamos registrado. Sólo hacia el final de esa era, y al inicio de la era glacial europea, encontramos en cuevas como la de Altamira (y en muchos otros sitios de España y del sur de Francia) el registro de lo que dominaba la mente del hombre cazador. Allí apreciamos lo que constituía su mundo y lo que le preocupaba. Las pinturas rupestres, que datan de hace veinte mil años aproximadamente, establecen para siempre la base universal de su cultura entonces, el conocimiento que el cazador tenía del animal del cual dependía.
18. Encontramos en cuevas como la de Altamira el registro de lo que dominaba la mente del hombre cazador. Creo que el poder que vemos expresado aquí por primera vez es el poder de anticipación: la imaginación proyectada hacia adelante. Bisonte recostado.
Uno empieza por encontrar extraño que un arte tan vivido como la pintura rupestre sea, comparativamente, tan reciente y tan escaso. ¿Por qué no existen más monumentos de la imaginación visual del hombre, como existen de su inventiva? Sin embargo, cuando reflexionamos vemos que lo notable no es la escasez de monumentos sino que los haya en absoluto. El hombre es un animal débil, lento, torpe, inerme; tuvo que inventar una piedra, un pedernal, un cuchillo, una lanza. Pero, ¿por qué a estos inventos científicos, que le eran esenciales para sobrevivir, añadió el hombre desde un principio las artes que hoy nos asombran: los decorados con formas animales? Y, sobre todo, ¿por qué llegaba a cuevas como esta, vivía en ellas, y después realizaba pinturas de animales no donde vivía sino en lugares oscuros, secretos, remotos, ocultos, inaccesibles?
19. En todas estas cuevas, la huella de la mano dice: «Esta es mi marca. Este es el hombre». Huella de una mano, El Castillo, Santander, España.
Es obvio decir que en esos lugares el animal era mágico. Sin duda eso es cierto; pero magia es sólo una palabra, no una respuesta. En sí, magia es una palabra que no explica nada. Indica que el hombre creía tener poder, pero, ¿qué poder? Todavía queremos saber qué tipo de poder creían los cazadores haber obtenido de las pinturas.
Aquí, sólo puedo ofrecerle mi punto de vista personal. Creo que el poder que vemos expresado aquí por primera vez es el poder de anticipación: la imaginación proyectada hacia adelante. En estas pinturas el cazador se familiarizaba con peligros que sabía tendría que afrontar, pero que todavía no había arrostrado. Cuando el cazador era traído a este sitio en medio de la oscuridad y de pronto se proyectaba una luz sobre las pinturas, veía al bisonte como lo tendría que ver frente a sí, veía al rápido venado, veía al esquivo jabalí. Y se sentía solo frente a ellos como se sentiría en la cacería. Se le hacía patente el momento del miedo; su brazo armado se flexionaba frente a una experiencia por venir y ante la cual no debería sentir miedo. El pintor había congelado el momento del miedo y el cazador pasaba por él a través de la pintura como a través de aire comprimido.
Para nosotros, las pinturas rupestres recrean el estilo de vida del cazador como un vislumbre de historia; vemos el pasado a través de ellas. Mas para el cazador, sugiero, constituían una mirilla hacia el futuro; miraba hacia adelante. En cualquier dirección, las pinturas rupestres actúan como una especie de telescopio de la imaginación: dirigen la mente desde lo que se puede ver hasta lo que se puede inferir o conjeturar. Cierto que esto es así en la misma acción de pintar; pese a su superior detalle, la pintura plana sólo significa algo para el ojo debido a que la mente la rellena con redondez y movimiento, una realidad por inferencia, la cual no es realmente vista sino imaginada.
El arte y la ciencia son acciones privativas del hombre, fuera del alcance de lo que cualquier animal puede hacer. Y aquí vemos que provienen de la misma facultad humana: la habilidad de visualizar el futuro, de prever lo que puede ocurrir y de hacer planes para anticiparse a ello y representárnoslo en imágenes que proyectamos y movemos en nuestra mente o en un cuadro de luz sobre la oscura pared de una cueva o en la pantalla de un televisor.
También vemos aquí a través del telescopio de la imaginación; la imaginación es un telescopio en el tiempo, pues estamos viendo retrospectivamente la experiencia del pasado. Los hombres que realizaron estas pinturas, los hombres entonces presentes, pudieron ver hacia adelante por el telescopio. Pudieron quizá prever el ascenso del hombre, porque lo que llamamos evolución cultural es fundamentalmente un desarrollo y un ensanchamiento constante de la imaginación humana.
Los hombres que elaboraron las armas y los que realizaron las pinturas estaban haciendo la misma cosa: anticipar el futuro como únicamente el hombre puede hacerlo, deduciendo el porvenir por el presente. El hombre posee múltiples dones que le son privativos; pero ocupando un lugar primordial, pues es en la raíz de la que crecen todos los conocimientos, se encuentra la habilidad de esbozar conclusiones a partir de lo que vemos para lo que no vemos, el transportar nuestras mentes a través del tiempo y del espacio y el reconocernos en el pasado en los pasos hacia el presente. En todas estas cuevas, la huella de la mano dice: «Esta es mi marca. Este es el hombre».