2. LA COSECHA DE LAS ESTACIONES
20. La gran marejada de la civilización está apiñada en unos pocos miles de años. Emigración de primavera de los baktiaritas, Montañas Zagros, Persia.
La historia del hombre está dividida muy desigualmente. Por un lado se encuentra su evolución biológica: todas las etapas que nos separan de nuestros antepasados simios. Las cuales se prolongaron durante millones de años. Y por otro lado está la historia de su cultura: la gran marejada de la civilización que nos separa de las pocas tribus de cazadores del África que sobreviven o de los recolectores de alimentos de Australia. Y toda esta segunda laguna cultural está de hecho apiñada en unos pocos miles de años. Se remonta solamente a unos doce mil años: algo más de diez mil años, pero mucho menos de veinte mil. A partir de este momento me concretaré a hablar acerca de estos últimos doce mil años, que contienen prácticamente todo el ascenso del hombre tal como lo entendemos ahora. Sin embargo, la diferencia entre los dos elementos —entre la escala de tiempo biológica y la cultural— es tan grande, que no puedo dejar de echarle una mirada retrospectiva.
Le tomó al hombre cuando menos dos millones de años, el cambiar de criatura oscura y pequeña con la piedra en la mano —el Australopithecus, en África Central— a su configuración moderna: el Homo sapiens. Esto constituye el paso de la evolución biológica, aunque la evolución biológica del hombre haya sido más rápida que la de cualquier otro animal. Pero, para el Homo sapiens, ha tomado mucho menos de veinte mil años el dar origen a las criaturas que tanto usted como yo aspiramos ser: artistas y científicos, edificadores de ciudades y planificadores del futuro, lectores y viajeros, exploradores anhelantes del hecho natural y de la emoción humana, inmensamente más ricos en experiencia y en imaginación que cualquiera de nuestros ancestros. Este es el paso de la evolución cultural; una vez iniciado, avanza como el cociente de aquellos dos elementos: cuando menos cien veces más rápido que la evolución biológica.
Una vez iniciado: esta es la frase crucial. ¿Por qué comenzaron tan recientemente los cambios culturales que han hecho al hombre amo de la Tierra? Hace veinte mil años que el hombre, donde quiera que se encontrase, era forrajeador y cazador, cuya técnica más avanzada era la de incorporarse a un hato errante como todavía lo hacen los lapones. Hace diez mil años ya había cambiado y empezado, en ciertos lugares, a domesticar algunos animales y a cultivar algunas plantas; y este es el cambio a partir del cual la civilización despega. Resulta extraordinario pensar que sólo en los últimos doce mil años principió la civilización, tal como la entendemos. Tuvo que haber ocurrido una explosión extraordinaria hacia el año 10.000 a. de C. ...y la hubo. Pero fue una explosión silenciosa. Se trataba del fin de la última Glaciación.
Podemos detectar el aspecto y, valga la expresión, olfatear el cambio en algún paisaje glacial. La primavera en Islandia se repite a sí misma año tras año; pero hubo ocasión en que se expandió por toda Europa y Asia cuando los hielos se retrajeron. Y el hombre, que había pasado por dificultades increíbles, errado desde el África durante el último millón de años, luchado a través de las Glaciaciones, se encontró de pronto en tierra fértil y rodeado de animales, lo cual le hizo adoptar un estilo de vida diferente.
Esto es llamado generalmente «la revolución agrícola». Pero yo creo que es algo mucho más amplio: la revolución biológica. Hubo un entrelazamiento, una especie de salto entre el cultivo de plantas y la domesticación de animales. Y a través de ella se manifiesta la realización crucial de que el hombre domina su ambiente en el aspecto más importante, no físicamente sino al nivel de los seres vivos: plantas y animales. Al tiempo aparece una revolución social igualmente poderosa. Porque entonces se hizo posible —más que posible necesario— que el hombre se estableciera. Y esta criatura que había andado errante y emigrado durante un millón de años, habría de tomar una decisión crucial: dejar de ser nómada y convertirse en aldeano. Contamos con un registro antropológico de la lucha de conciencia de un pueblo que tomó tal determinación: el registro lo es la Biblia, el Antiguo Testamento. Creo que la civilización descansa en esa decisión. En cuanto a los pueblos que nunca se decidieron, quedan pocos sobrevivientes. Existen algunas tribus nómadas que todavía van, a través de vastas jornadas trashumantes, de un campo de pastoreo a otro: los baktiaritas en Persia, por ejemplo. Y realmente hay que viajar y vivir con ellos para comprender que la civilización no puede florecer nunca en la vida nómada.
Todo en la vida nómada es inmemorial. Los baktiaritas han viajado siempre solos, sin ser observados en absoluto. Como otros nómadas, se consideran a sí mismos una familia, los hijos de un solo padre fundador. (Del mismo modo que los judíos solían autonombrarse hijos de Israel o de Jacob.) Los baktiaritas adoptaron su nombre de un pastor legendario de la era mongólica: Baktiar. La leyenda de su propio origen y de su fundador, empieza así:
Y el padre de nuestro pueblo, el hombre de las colinas, Baktiar, surgió de la solidez de las montañas del Sur en tiempos remotos. Su simiente era tan numerosa como las rocas de las montañas; y su pueblo prosperó.
El eco bíblico suena y resuena conforme la leyenda avanza. El patriarca Jacob tenía dos esposas, a cada una de las cuales sirvió como pastor durante siete años. Comparemos la historia del patriarca de los baktiaritas:
La primera esposa de Baktiar tuvo siete hijos, padres de las siete líneas fraternas de nuestro pueblo. Su segunda esposa tuvo cuatro hijos. Y nuestros hijos habrán de tomar por esposas a las hijas, en las tiendas de sus padres y de sus hermanos, para que los rebaños y las tiendas se dispersen.
Al igual que para los hijos de Israel, los rebaños eran de vital importancia; no escapan a la mente del historiador (ni a la del consejero matrimonial) en ningún momento. Antes del año 10.000 a. de C, los pueblos nómadas solían seguir las migraciones naturales de los hatos silvestres. Pero las ovejas y las cabras no tienen migraciones naturales. Fueron domesticadas por primera vez hace cerca de diez mil años, el perro es el único animal que las precedió.
Y cuando el hombre las domesticó, se echó a cuestas la responsabilidad de la naturaleza; el nómada debe dirigir el hato indefenso.
El papel de la mujer en las tribus nómadas está escasamente definido. Sobre todo, la función de la mujer es producir hijos varones; demasiadas hijas acarrean una desgracia inmediata, porque a la larga amenazan con desastres. Además de esto, sus deberes consisten en la preparación de alimentos y de ropa. Por ejemplo, la mujer baktiarita elabora el pan, a la usanza bíblica, en tortas ázimas sobre piedras calientes. Pero las mujeres y las niñas aguardan a que los hombres acaben de comer para hacer lo propio. Como la de los hombres, la vida de las mujeres se centra en el rebaño. Lo ordeñan y preparan con la leche un yogur grumoso, batiéndola en una bolsa de piel de cabra colocada en un marco rústico de madera. Poseen únicamente la tecnología simple que puede ser transportada en las jornadas cotidianas de un lugar a otro. La simplicidad no es romántica, es cuestión de supervivencia. Todo debe ser lo suficientemente ligero como para poder ser trasladado, armado cada noche y vuelto a empacar de nuevo cada mañana. Cuando las mujeres hilan la lana mediante sus artefactos sencillos y arcaicos, lo hacen para un uso inmediato, tan sólo para efectuar las reparaciones que son esenciales durante la jornada.
No es posible en la vida nómada el manufacturar cosas que no van a ser necesarias durante varias semanas. No podrían ser transportadas. Y, de hecho, los baktiaritas ignoran cómo hacerlas. Si necesitan recipientes de metal, realizan trueques con pueblos sedentarios o con artesanos gitanos especializados en metales. Un clavo, un estribo, un juguete o la campana de un niño son cosas que deben conseguirse fuera de la tribu. La vida de los baktiaritas está muy circunscrita para poseer el tiempo o la habilidad de especializarse. Las innovaciones no tienen cabida por falta de tiempo durante los desplazamientos, entre el atardecer y el amanecer, yendo y viniendo toda su vida, de desarrollar algún artefacto nuevo, algún pensamiento nuevo, ni siquiera alguna melodía nueva. Las únicas costumbres que prevalecen son las costumbres antiguas. La sola ambición del hijo es la de llegar a ser como el padre.
Es una vida sin cambios. Cada noche es el final de un día como el de ayer y cada mañana será el inicio de una jornada como la del día anterior. Al amanecer, hay una pregunta en la mente de cada uno de ellos: ¿Podrá el ganado atravesar el próximo paso escarpado? El más escarpado de todos los pasos deberá ser atravesado en algún día de la jornada. Se trata del paso de Zadeku, a cuatro mil metros de altura sobre el Zagros, el cual deberá cruzar o sortear el rebaño de alguna manera en sus cimas más elevadas. Para que la tribu pueda seguir adelante, los pastores deberán hallar nuevos pastizales cada día, porque, a esas alturas, los pastizales son consumidos en un solo día.
21. Las tribus nómadas todavía van, a través de vastas jornadas trashumantes, de un campo de pastoreo a otro. Poseen únicamente la tecnología simple que puede ser transportada en las jornadas cotidianas de un lugar a otro. Rebaño de ovejas y cabras que parten en la emigración de primavera, y una anciana baktiarita hilando lana.
Año tras año, los baktiaritas atraviesan seis cordilleras montañosas en el viaje de ida (y las vuelven a cruzar de regreso). Avanzan a través de la nieve y de los deshielos de primavera. Y se limita a un solo aspecto el avancé que ha experimentado su vida en diez mil años. Los nómadas baktiaritas de entonces tenían que viajar a pie y llevar a cuestas sus pertenencias. Sus descendientes ya cuentan con animales de carga —caballos, asnos, mulas— que son los únicos que han domesticado desde aquellos tiempos. No hay nada nuevo en sus vidas además de esto. Y nada es memorable. Los nómadas carecen de monumentos, ni aun para los muertos. (¿Dónde está Baktiar, dónde fue sepultado Jacob ?) Los únicos montículos que construyen son para marcar el camino en sitios como el Paso de las Mujeres, intrincado pero más accesible para los animales que los pasos escarpados.
La migración primaveral de los baktiaritas es una aventura heroica; empero, los baktiaritas no son tan heroicos como estoicos. Son resignados porque su aventura no les conduce a ninguna parte. Los pastizales de verano son, en sí mismos, un lugar de paso más: a diferencia de los hijos de Israel, para ellos no existe la tierra prometida. El jefe de la familia trabajó durante siete años, como hizo Jacob, para reunir un hato de cincuenta cabras y ovejas. Calcula perder diez de ellas durante la migración, si las cosas marchan bien. De no ocurrir así, podría llegar a perder hasta veinte de las cincuenta. Estas son las probabilidades de la vida nómada, año tras año. Y después de todo ello, al final de la jornada, no habrá más que una resignación inmensa y tradicional.
¿Quién sabe si, cualquier año, después de haber cruzado los pasos, podrán los ancianos enfrentarse con la prueba final: el cruce del río Bazuft? Tres meses de deshielo han hecho crecer el río. Los hombres de la tribu, las mujeres, los animales de carga y los rebaños están agotados. Llevará un día el conseguir que los rebaños crucen el río. Pero este es, aquí y ahora, el día de la prueba. Hoy es el día en que los adolescentes se convertirán en hombres, pues la supervivencia del hato y de la familia dependerá de su vigor. Atravesar el río Bazuft es como cruzar el Jordán; es el bautismo de la virilidad. Para el joven, la existencia cobra vida en ese momento; para el anciano... acaba.
¿Qué sucede con los ancianos cuando no pueden cruzar el último río? Nada. Quedan a la zaga hasta morir. El perro es el único sorprendido al ver a un hombre abandonado. El hombre acepta la costumbre nómada; ha llegado al término de su jornada y ya no hay sitio para él.
El paso más grande e importante en el ascenso del hombre es la transición de nómada a agricultor sedentario. ¿Qué la hizo posible? Seguramente, la voluntad del hombre; pero en conjunción con un acto secreto y extraño de la naturaleza. Con la expansión de nueva vegetación a raíz de la última Glaciación, apareció en el Medio Oriente un tipo nuevo de trigo híbrido. Eso ocurrió en muchos sitios: un lugar típico es el antiguo oasis de Jericó.
Jericó es anterior a la agricultura. Sus primeros pobladores se establecieron aquí durante la primavera en este, de otra manera desolado suelo, del cual sus habitantes recolectaban trigo, aunque no sabían todavía cómo sembrarlo. Esto lo sabemos porque fabricaron herramientas para la cosecha silvestre, y eso constituye un extraordinario acto de anticipación. Manufacturaban hoces de pedernal que aún se conservan; John Garstang las descubrió cuando realizaba excavaciones en este sitio por los años treinta. El mango de esta hoz arcaica podría haber sido un pedazo de cuerno de gacela o de hueso.
22. Los primeros pobladores de Jericó recolectaban trigo, aunque no sabían todavía cómo sembrarlo. Fabricaban herramientas para la cosecha silvestre. Hoz combada, 4.° milenio a. de C., Israel. Las nava-jai de pedernal de la hoz se pegaban con betún a un mango de cuerno.
No ha perdurado, arriba en las colinas o en sus laderas, el tipo de trigo silvestre que recolectaron los primeros habitantes de este lugar. Pero los pastizales que aún siguen aquí deben parecerse mucho al trigo hallado por ellos, el cual recogían por primera vez a mano llena y segaban con ese movimiento de sierra de la hoz que han seguido ejecutando sus descendientes en los diez mil años subsecuentes. Esta fue la civilización natuciana preagrícola. Y, evidentemente, no podía durar. Estaba a punto de convertirse en agricultura. Y éste fue el siguiente acontecimiento que tuvo lugar en la zona de Jericó.
El punto crítico en la expansión de la agricultura en el Viejo Mundo fue casi con seguridad la aparición de dos tipos de trigo con espigas grandes completamente llenas de semillas. Antes del año 8000 a. de C, el trigo no era, como ahora, una planta lozana; era solamente una de las muchas hierbas silvestres que proliferaban por todo el Oriente Medio. A causa de algún accidente genético, el trigo silvestre se cruzó con la planta llamada rompesacos, dando forma a un híbrido fértil. Tal accidente debió ocurrir en muchas ocasiones a la vegetación naciente surgida a partir de la última Glaciación. En términos del mecanismo genético que regula el crecimiento, se combinaron los catorce cromosomas del trigo silvestre con los catorce del rompesacos, originando la variedad Emmer, de veintiocho cromosomas, dando como resultado que esta variedad fuese mucho más robusta. Este híbrido pudo difundirse de manera natural, porque sus semillas están unidas a la raspa en forma tal que hace posible su dispersión por el viento.
23. El punto crítico en la expansión de la agricultura en el Viejo Mundo fue casi con seguridad la aparición de dos formas híbridas de trigo. Perfolla escandía del trigo y granos desnudos de trigo; cabezas maduras de trigo; y perfolla al ser removida del grano.
Que tal híbrido sea fértil es raro, aunque no singular entre las plantas. Pero ahora la historia de la vida de esta fértil planta que siguió a las glaciaciones resulta más sorprendente. Ocurrió un segundo accidente genético, debido tal vez a que la Emmer ya era cultivada. La Emmer se cruzó con otra variedad natural de rompesacos y produjo un híbrido de incluso mayores dimensiones con cuarenta y dos cromosomas: el trigo del pan. Esto, de por sí, era muy improbable, pues sabemos ahora que el trigo del pan no hubiera podido ser fértil a menos que sufriera una mutación genética específica en un cromosoma.
24. Antes del año 8000 a. de C, el trigo era una de muchas hierbas silvestres. Trigo silvestre, Triticum monococcum.
Empero, hay algo todavía más extraño. Contamos en la actualidad con una bella espiga de trigo, que nunca esparcería su simiente por el viento ya que es sumamente compacta y difícil de romper. Y si yo la rompo, por qué, la granza vuela y cada grano cae exactamente donde creció. Permítaseme recordar que es completamente diferente del trigo silvestre o la del híbrido primitivo, el Emmer. En aquellas formas primitivas la espiga es mucho más abierta y, si se rompe, un efecto muy diferente tiene lugar: se consiguen granos que vuelan con el viento. Los trigos del pan han perdido esa habilidad. Repentinamente, el hombre y la planta están juntos: el hombre cuenta con el trigo del cual se alimenta, pero el trigo también piensa que el hombre fue hecho para él porque sólo así puese propagarse. Pues los trigos del pan se pueden multiplicar únicamente mediante ayuda; el hombre debe cosechar las espigas y esparcir las semillas; y la vida de cada cual, hombre y planta, depende de la otra. Esto constituye un auténtico cuento de hadas de la genética, como si el arribo de la civilización hubiese sido bendecido anticipadamente por el espíritu del abad Gregor Mendel.
Una conjunción feliz de acontecimientos naturales y humanos creó la agricultura. Esto ocurrió en el Viejo Mundo hace aproximadamente diez mil años en la zona fértil del Oriente Medio. Pero seguramente ocurrió en más de una ocasión. Es casi seguro que la agricultura fue inventada de nuevo e independientemente en el Nuevo Mundo, o al menos eso creemos por la evidencia que tenemos de que el maíz necesita al nombre como el trigo. En cuanto al Oriente Medio, la agricultura se difundió irregularmente en sus declives montuosos, de los cuales la cuesta que va del Mar Muerto a Judea, la región que circunda a Jericó, es a lo sumo un lugar característico y nada más. En sentido literal, la agricultura parece haber tenido inicios diversos en esta zona, algunos de ellos anteriores a Jericó.
Sin embargo, Jericó posee varias características que la hacen históricamente única y le confieren un valor simbólico propio. A diferencia de otros pueblos que han sido olvidados, este es monumental, más antiguo que la Biblia, capa histórica sobre capa histórica, una ciudad. La antigua ciudad de agua dulce de Jericó era un oasis al borde del desierto, cuyo manantial ha fluido desde los tiempos prehistóricos hasta la ciudad moderna que es en la actualidad. Aquí brotaron conjuntamente el trigo y el agua y, desde ese punto de vista, aquí comenzó el hombre la civilización. También a este sitio, procedentes del desierto, arribaron los beduinos con sus rostros oscuros y velados y contemplaron con desconfianza un nuevo estilo de vida. Es por eso que Josué trajo aquí a las tribus de Israel en su peregrinar hacia la Tierra Prometida, pues el trigo y el agua son forjadores de civilización: son promesa de tierra abundante en leche y miel. El trigo y el agua convirtieron aquella desolada colina en la ciudad más antigua del mundo.
De pronto, Jericó se vio transformada. Llegó gente, y pronto fue la envidia de sus vecinos, obligando a sus habitantes a fortificarla —convirtiéndola en una ciudad amurallada— y a construir una torre espléndida, hace nueve mil años. Nueve metros atraviesan su base y, en correspondencia, tiene casi nueve de profundidad. A un costado de ella, las excavaciones han descubierto capa tras capa de civilización pretérita: los hombres de la primera época pre-cerámica, los hombres de la siguiente época pre-cerámica, el inicio de la • cerámica hace siete mil años; la primera edad del cobre, la primera del bronce y la segunda de este metal. Cada una de estas civilizaciones llegó, conquistó Jericó, la sepultó y volvió a construirla; es así que la torre no está situada bajo quince metros del suelo cuanto bajo quince metros de civilizaciones del pasado.
Jericó es un microcosmo de historia. Se encontrarían otros sitios en años venideros (ya se han descubierto algunos nuevos importantes), los cuales cambiarán la imagen que tenemos de los inicios de la civilización. Sin embargo, este lugar tiene el poder de proporcionar la visión que contempla el ascenso del hombre moderno y que es igualmente profunda en pensamiento y en emoción. Cuando yo era joven, todos creíamos que la superioridad humana era producto del dominio del hombre sobre su ambiente físico. Ahora hemos comprendido que la auténtica superioridad se deriva del entendimiento y moldeamiento del medio en que se vive. Es así como el hombre comenzó en la zona fértil de Jericó, cuando puso su mano en las plantas y en los animales y, al aprender a convivir con ellos, cambió el mundo de acuerdo con sus necesidades. Cuando Kathleen Kenyon redescubrió la arcaica torre en los años cincuenta, encontró que estaba hueca; y, para mí, esta escalera constituye una suerte de mirilla en la base de la roca de la civilización. Y la base de la roca de la civilización es el ser vivo, no el mundo físico.
25. Jericó es monumental, más antigua que la Biblia, capa histórica sobre capa histórica, una ciudad. De excavaciones en Jericó: ladrillo con grabados; estatua de amantes, de cuarcita; cráneo decorado con conchas; la torre de Jericó. Su construcción es de piedra y anterior a 1000 a. de C. La reja de metal moderna cubre el acceso a la torre.
26. Una multiplicidad de artificios pequeños y sutiles tan importantes en el ascenso del hombre como cualquier aparato de física nuclear. Carpintero trabajando una figura de madera con una sierra. Grecia, siglo VI a. de C. Clavo de arcilla decorado, sumerio, 2400 a. de C. Horno de panadero con panes. Modelo de arcilla. Islas griegas, siglo VII a. de C. Juguete griego en forma de mono que machaca aceitunas en un mortero. Anciano con una prensa vinícola. Modelo de terracota, período romano.
Hacia el año 6000 a. de C, Jericó era un gran poblado agrícola. Kathleen Kenyon considera que albergaba a tres mil habitantes y que su extensión dentro de las murallas era de cuatro a cinco hectáreas. Las mujeres solían moler el trigo por medio de pesados instrumentos de piedra característicos de una comunidad sedentaria. Los hombres daban forma, amasaban y moldeaban la arcilla para hacer ladrillos de construcción, algunos de los primeros que se conocen. Las huellas de los pulgares de los ladrilleros aún están allí. El hombre, como el trigo del pan, se ha establecido en este lugar. Una comunidad sedentaria tiene también una relación diferente con los muertos. Los habitantes de Jericó preservaban algunos cráneos y los cubrían con vistosas decoraciones. Nadie sabe el porqué, a no ser que fuese un acto reverencial.
Nadie cuya formación haya estado imbuida del Antiguo Testamento, como lo fui yo, puede abandonar Jericó sin formular dos preguntas: ¿Destruiría finalmente Josué esta ciudad?, ¿se derrumbaron realmente sus muros? Estas son las incógnitas que atraen a tanta gente a este sitio y que lo convierten en una leyenda viviente. La primera pregunta tiene una respuesta fácil: Sí. Las tribus de Israel luchaban por adentrarse en la zona fértil que va desde la costa mediterránea, atraviesa las montañas de Anatolia y desciende hasta las riberas del Tigris y del Eufrates. Y aquí en Jericó se hallaba la llave que cerraba el. acceso a las montañas de Judea y a las fértiles tierras mediterráneas. Tenían, pues, que conquistar Jericó y lo hicieron hacia el año 1400 a. de C, es decir, hace aproximadamente tres mil trescientos o tres mil cuatrocientos años. La historia bíblica no fue escrita probablemente sino hasta, tal vez, el año 700 a. de C.; o sea, que la primera evidencia escrita data de cerca dedos mil seiscientos años.
Pero, ¿se derrumbaron los muros de Jericó? No lo sabemos. No existe en este sitio evidencia arqueológica que sugiera que un conjunto de muros, un buen día, se viniera abajo. Pero muchos conjuntos de muros, en épocas distintas, se vinieron abajo. Existió aquí una Edad de Bronce en la cual hubo que reconstruir —cuando menos dieciséis veces— un conjunto de muros. Porque esta es una zona sísmica.
Todavía en la actualidad se registran temblores todos los días; y en cada siglo sobrevienen cuatro terremotos intensos. Solamente en los últimos años nos hemos podido explicar la causa de los terremotos a lo largo de este valle. El Mar Rojo y el Mar Muerto se ubican a continuación del Valle del Gran Risco del África Oriental. Aquí, dos de las plataformas que sostienen los continentes al flotar sobre la capa terrestre más densa, corren paralelamente. Al estar tan unidas, se empujan mutuamente a través del risco y la superficie de la tierra refleja el eco de estos choques provenientes de las capas internas. Como resultado de esto, se han registrado siempre movimientos telúricos a lo largo del eje del Mar Muerto. Y yo considero que esta es la razón por la cual la Biblia consigna tantos milagros naturales: diversas inundaciones antiguas, el descenso de las aguas del Mar Rojo, el desecamiento del Jordán y el desplome de las murallas de Jericó.
La Biblia es una historia peculiar, parcialmente folklórica y parcialmente veraz. La historia, naturalmente, la escriben los vencedores, y los israelitas, cuando irrumpieron a través de este lugar, se convirtieron en portadores de la historia. La Biblia es su historia: la historia de un pueblo que tuvo que dejar de ser nómada y pastoral para convertirse en una tribu agrícola.
La agricultura y la ganadería pueden parecer simples búsquedas, pero la hoz natuciana nos demuestra que ninguna de ellas permanece estática. Cada etapa en la domesticación de plantas y animales requiere de invenciones que comienzan por ser artefactos técnicos de los cuales se derivan principios científicos. Los dispositivos básicos producto de una mente con dedos hábiles pasan inadvertidos en cualquier aldea del mundo. Su multiplicidad de artificios pequeños y sutiles es tan ingeniosa, y en un profundo sentido tan importante en el ascenso del nombre, como cualquier aparato de física nuclear: la aguja, la alesna, el recipiente, el brasero, la espada, el clavo y el tornillo, el fuelle, la cuerda, el nudo, el telar, el arnés, el gancho, el botón, el zapato..., y uno podría mencionar un centenar sin pararse a respirar. La riqueza estriba en la interrelación de los inventos; una cultura es una multiplicación de ideas, en la cual cada artefacto nuevo acelera y engrandece el poder de los restantes.
La agricultura sedentaria crea una tecnología de la que se nutre todo lo físico y todo lo científico. Esto lo podemos apreciar observando la diferencia entre la hoz primitiva y la más reciente. A primera vista, son muy parecidas: la hoz del recolector de hace diez mil años, y la de nueve mil años de antigüedad, cuando ya se cultivaba el trigo. Pero mirémosla más de cerca. El trigo cultivado debe segarse con un borde serrado: porque si se golpea el trigo, los granos caerán al suelo; pero si es segado con suavidad, los granos no se desprenderán do la espiga. Y a partir de entonces la hoz ha conservado esta característica; y hasta en mi infancia, durante la Primera Guerra Mundial, la combada hoz de serrado borde era todavía el instrumento empleado para segar el trigo. Una tecnología como ésta, un conocimiento físico como éste, llega hasta nosotros como elemento integral de la vida agrícola, de una manera tan espontánea, que podría pensarse que las ideas descubren al hombre y no a la inversa.
La invención más sobresaliente en toda agricultura es, por supuesto, el arado. Nuestra imagen de éste consiste en una cuña que divide el suelo. Y la cuña es un invento mecánico primitivo importante. Pero el arado es algo mucho más trascendente: es una palanca que levanta el suelo y se encuentra entre las primeras aplicaciones del principio de la palanca. Cuando, mucho tiempo después, Arquímedes explicaba a los griegos la teoría de la palanca, afirmaba que con un punto de apoyo para la palanca, él podría mover la Tierra. Pero miles de años antes, los agricultores del Oriente Medio solían afirmar: «Dadme una palanca y alimentaré la Tierra».
27. Dadme una palanca y alimentaré la tierra. Arado de bueyes con arnés, Egipto.
28. La rueda y el eje se constituyen en la raíz doble a partir de la cual brotó la inventiva. Modelo en cobre de un carro romano de guerra. Mesopotamia, 2800 a. de C. Mosaico romano de una carreta con ruedas sólidas.
Ya he hecho notar que la agricultura fue inventada cuando menos en otra ocasión, mucho tiempo después, en América. Pero el arado y la rueda no lo fueron, porque ambos dependen del animal de tiro. El siguiente paso a partir de la agricultura rudimentaria en el Oriente Medio fue la domesticación de los animales de tiro. La ausencia de este adelanto biológico mantuvo al Nuevo Mundo confinado al nivel de la estaca para cavar y el morral; y ni siquiera acertó con la rueda del alfarero.
La primera rueda encontrada se remonta a algo más de 3000 años a. de C, en lo que actualmente corresponde a la Rusia meridional. Estos primeros hallazgos corresponden a sólidas ruedas de madera unidas a una especie de balsa o trineo de carga, de mayor antigüedad, convertido, por tanto, en carro. Desde ese momento, la rueda y el eje se constituyen en la raíz doble a partir de la cual crece la inventiva. Es convertida, por ejemplo, en instrumento para moler el trigo, utilizando para ello las fuerzas de la naturaleza: la fuerza animal primero, las fuerzas del viento y del agua después. La rueda se convierte en modelo de todos los movimientos de rotación, en una norma de explicación y en el símbolo celestial de un poder superior al humano tanto 'en la ciencia como en el arte. El sol es una carroza y el cielo mismo es una rueda desde el tiempo en que los babilonios y los griegos plasmaron los movimientos de los astros en mapas celestes. El movimiento natural en la ciencia moderna (o sea el movimiento libre) va en línea recta; pero para la ciencia griega, la forma de movimiento que parecía natural (es decir, inherente a la naturaleza) y de hecho perfecta, era el movimiento circular.
Hacia el año 1400 a. de C, más o menos en la época en que Josué tomó Jericó, los ingenieros mecánicos de Sumeria y Asia convertían la rueda en una polea para extraer agua. Al mismo tiempo diseñaban sistemas de irrigación en gran escala. Los pozos de mantenimiento siguen utilizándose como puntos de referencia a lo largo del territorio persa. Cuentan éstos con cien metros de profundidad, hasta conectarse con los canales subterráneos que constituyen el sistema, en un nivel en el cual el agua natural está a resguardo de la evaporación. Tres mil años después de la construcción de estos sistemas, las aldeanas de Khuzistán siguen extrayendo su ración diaria de agua de los pozos para continuar con las faenas tradicionales de la antigua comunidad.
Los canales subterráneos son una construcción tardía de una civilización citadina e implican la existencia a la sazón de leyes reguladoras de los derechos del agua y de la tenencia de la tierra y otras relaciones sociales. En una comunidad agrícola (en una hacienda agrícola en gran escala de Sumeria, por ejemplo) el régimen de justicia tiene un carácter distinto del de la comunidad nómada que sólo juzga el robo de una cabra o de una oveja. La estructura social comprende ahora la reglamentación de asuntos que afectan a la comunidad como un todo: el acceso a la tierra, la vigilancia y el control de los derechos de riego y el derecho a usar, una y otra vez, las preciadas instalaciones de las que depende la cosecha de las estaciones.
29. El torno de arco constituye un patrón clásico para convertir el movimiento lineal en rotatorio. Mediados del siglo XIX; carpinteros trabajando con un lomo de arco, India central.
El artesano de aldea se convierte ahora en inventor por derecho propio. Combina los principios mecánicos básicos en herramientas más complejas que se convierten, efectivamente, en máquinas primitivas. Estas son tradicionales en el Oriente Medio: el torno de arco, por ejemplo, que constituye un patrón clásico para convertir el movimiento lineal en rotatorio. Su diseño depende, ingeniosamente, de una cuerda enrollada alrededor de un tambor y cuyas puntas están atadas a los extremos de una especie de arco de violín. La pieza de madera que va a ser trabajada se fija en el tambor; se la hace girar moviendo el arco hacia atrás y hacia adelante, de modo que la cuerda hace rotar el tambor que sostiene la pieza de madera, la cual se va modelando con un cincel. Este aparato data de varios miles de años, pero yo lo vi usado por gitanos que elaboraban patas de sillas en un bosque de Inglaterra en 1945.
Una máquina es un artefacto con que se aprovecha el poder de la naturaleza. Esto es aplicable tanto en el huso rústico que emplean las baktiaritas como en el histórico primer reactor nuclear y toda su secuela. Sin embargo, al evolucionar, la máquina ha requerido de fuentes de energía mayores, por lo que día a día se aleja más de su empleo natural. ¿Cómo es que la máquina, en su forma moderna, nos parece ahora una amenaza?
Esta inquietante pregunta está ligada al poder potencial de la máquina. Podemos plantear mejor la cuestión en forma de alternativas: ¿Está el poder de la máquina a escala del trabajo para el cual fue proyectada o es éste tan desproporcionado que puede dominar al usuario y distorsionar el uso? La pregunta nos conduce evidentemente al pasado remoto; se inicia cuando por primera vez el hombre colocó un arnés sobre un poder superior al suyo: el poder de los animales. Toda máquina es una suerte de animal de tiro, aun el reactor nuclear. Incrementa el potencial que el hombre obtuvo de la naturaleza desde la aparición de la agricultura. Y, en consecuencia, toda máquina replantea el dilema original: ¿proporciona la máquina la energía en respuesta a la demanda de su uso específico o es una fuente de energía salvaje más allá de los límites del uso constructivo? Este conflicto en la escala de la potencia se encuentra a todo lo largo del camino formativo de la historia humana.
La agricultura es una parte de la revolución biológica; la domesticación y el aparejo de los animales es la otra. La secuencia de la domesticación es ordenada. Primero aparece el perro, posiblemente antes del año 10.000 a. de C. Después, los animales comestibles, comenzando con las cabras y las ovejas. Y posteriormente vinieron los animales de tiro tales como el onagro, una especie de asno silvestre. Los animales producen un excedente mayor que su propio consumo. Pero esto es sólo verdad en la medida en que los animales permanezcan modestamente en su propio nivel, como servidores de la agricultura.
Parecía poco probable que el animal doméstico se llegase a convertir por sí mismo, a partir de entonces, en una amenaza para el excedente de grano del cual vive y sobrevive una comunidad establecida. Era de lo más inesperado, puesto que, después de todo, el buey y el asno, como animales de tiro, habían ayudado a crear este excedente. (El Antiguo Testamento insiste cuidadosamente en que se les dé buen trato; por ejemplo, prohibe al agricultor que coloque en la misma yunta a un buey y un asno para arar juntos, ya que éstos trabajan de manera distinta.) Mas hace aproximadamente cinco mil años, aparece un nuevo animal de tiro: el caballo. Y, sin punto de comparación, es más rápido, más fuerte y superior a cualquier animal precedente. Y a partir de ese momento se convierte en amenaza al excedente alimenticio de la aldea.
El caballo empezó como el buey, arrastrando carretas; pero con más categoría, tirando de las carrozas en los desfiles reales. Y entonces, alrededor del año 2000 a. de C, el hombre descubrió cómo matarlo. La idea debió ser tan inquietante en su época como en su día la de la invención de la máquina voladora. Entre otras cosas se requería de un caballo más grande y más fuerte (el caballo era originalmente un animal mucho más pequeño y, como la llama de Sudamérica, no podía soportar el peso de un hombre por mucho tiempo). Las tribus nómadas que criaban caballos fueron, consecuentemente, las primeras en montarlos formalmente. Eran hombres procedentes del Asia Central, Persia, Afganistán y más allá; en Occidente eran llamados simplemente escitas, nombre colectivo para denominar a una criatura nueva y aterradora, un fenómeno de la naturaleza.
Porque el jinete es visiblemente más que un hombre: su cabeza sobresale sobre las de los otros y se mueve con tal poder que atemoriza al mundo viviente. Cuando las plantas y los animales de la aldea fueron domesticados para el uso humano, el montar a caballo se convertía en algo más que un gesto humano: el acto simbólico del dominio sobre todo lo creado. Sabemos de esto a través del asombro y el pánico que volvería a sembrar el caballo en tiempos históricos, al destruir la caballería española a las tropas peruanas (que nunca habían visto un caballo) en 1532. Así, pues, mucho tiempo antes, los escitas eran el terror que arrasaba los países que desconocían la técnica de montar. Cuando los griegos vieron a los jinetes escitas creyeron que caballo y jinete eran un solo ser; así es como éstos inventaron la leyenda del centauro. Por cierto que el otro híbrido parcialmente humano producto de la imaginación griega, el sátiro, no era originalmente mitad cabra sino mitad caballo; tan profunda era la inquietud que evocaba esta rápida criatura procedente de Oriente.
30. Las hordas móviles transformaron la organización de la batalla. Caballería mogólica de al-Tawarikh de Jami, «La Historia del Conquistador del Mundo», terminada en 1306 d. de C. por Ras-hid ai-Din, visir y cronista de Oljeitu Khan. Tropas vadeando un río durante la invasión de los mogoles en la India.
31. Cuando los griegos vieron a los jinetes escitas creyeron que caballo y jinete eran un solo ser; así inventaron éstos la leyenda del centauro. Vasija griega pintada, año 560 a. de C. Centauros y un guerrero armándose.
No nos sería posible recapturar hoy día el terror que causó la aparición del caballo montado en el Oriente Medio y en la Europa Oriental. Y esto es porque existe una diferencia de escala que sólo puedo comparar con la llegada de los tanques a Polonia en 1939, arrasando todo lo que tenían delante. Considero que la importancia del caballo en la historia de Europa ha sido siempre subestimada. En cierto sentido, la guerra se creó mediante el caballo, como una actividad nómada. Eso fue lo que trajeron los hunos, eso fue lo que trajeron los frigios y, finalmente, los mogoles, y fue llevada a un climax bajo Gengis Khan, mucho tiempo después. De manera particular, las hordas móviles transformaron la organización de la batalla. Concibieron una estrategia bélica diferente: una estrategia parecida a un juego bélico; ¡cómo gustan de jugar los hacedores de guerras!
La estrategia de la horda móvil depende de la maniobra, de la comunicación y de movimientos tácticos practicados que puedan amalgamarse en secuencias sorpresivas diferentes. Evocan estos juegos de guerra, que todavía se practican y que provienen del Asia, el ajedrez y el polo. La estrategia bélica ha sido siempre vista como un juego por aquellos que ganan las guerras. Y todavía hasta nuestros días se practica en Afganistán un juego llamado Buz Kashi, que se deriva de una especie de competición ecuestre llevada a cabo por los mogoles.
Los hombres que juegan el Buz Kashi son profesionales, es decir, perciben honorarios; y tanto ellos como los caballos son entrenados y retenidos simplemente por el lauro de la victoria. En cierta gran ocasión, trescientos hombres de distintas tribus se reunieron para competir, lo cual no había ocurrido en los últimos veinte o treinta años, hasta que nosotros lo organizamos.
32. Todavía hasta nuestros días se practica en Afganistán un juego llamado Buz Kashi, que se deriva de una especie de competición ecuestre llevada a cabo por los mogoles.
En el juego de Buz Kashi, los contendientes no forman equipos. El objeto del juego no es probar que un grupo es mejor que otro, sino encontrar un campeón. Existen campeones famosos del pasado que todavía se recuerdan. El presidente que supervisó este juego es un campeón retirado. El presidente transmite sus órdenes a través de un heraldo, quien puede ser también un jugador retirado, aunque menos distinguido. Donde esperaríamos ver una pelota, nos hallamos con un novillo decapitado. (Y este macabro juguete nos indica algo acerca del juego, tal como si los jinetes estuviesen divirtiéndose con la subsistencia de los granjeros.) El cadáver pesa aproximadamente treinta kilos, y el objeto del juego es asirlo, defendiéndolo de todos los adversarios, y cargarlo durante dos etapas. La primera de éstas consiste en cargar con el cadáver hasta la meta señalada con una bandera y darle la vuelta a la misma. Después, la etapa crucial es el regreso; cuando el jinete gira alrededor de la bandera, constantemente desafiado, y se encamina a la meta de salida, la cual es un círculo marcado en el centro de la multitud.
El juego va a ser ganado por un solo gol, por lo que no hay cuartel. No se trata de un evento deportivo; en las reglas no se encuentra ninguna indicación acerca de la limpieza en el juego. Las tácticas son puramente mogólicas, una disciplina violenta. Lo más asombroso del juego es precisamente lo que confundía a los ejércitos que se enfrentaban a los mogoles: lo que semeja un zipizape feral es en realidad una maniobra que se disuelve repentinamente cuando el triunfador se aproxima a la meta.
Uno tiene la sensación de que la multitud se halla mucho más excitada y conmovida que los propios contendientes. Estos, en contraste, parecen interesados aunque fríos; cabalgan con una intensidad brutal y brillante; pero no les subyuga el juego sino la victoria. Sólo después de la contienda, el ganador se deja llevar por la emoción. Debió de haber pedido al presidente que reconociese su triunfo, y por olvidar esta norma del protocolo, pudo haber perdido el juego. Qué bueno es saber que el triunfo ha sido reconocido.
33. En la página iluminada se encuentra la dedicatoria a Oljeitu de un manuscrito del Corán fechado en 1310. -- La escarpada, ventiscosa e inhóspita meseta del Sultaniyeh en Persia, donde terminó el último intento por hacer de la vida nómada la forma suprema de ésta. La tumba de Oljeitu Khan, quinto en la línea de Gengis Khan, quien reinó de 1304 a 1316 en las tierras persas del imperio mogol.
El Buz Kashi es un juego bélico. Lo que lo hace electrizante es la ética del jinete: cabalgar es una acción guerrera. Esta expresa la cultura monomaníaca de la conquista; el depredador posa como un héroe porque cabalga el torbellino. Pero el torbellino está vacío. Caballo o tanque, Gengis Khan o Hitler o Stalin, el torbellino sólo puede subsistir del trabajo de otros hombres. El nómada, en su último papel histórico como hacedor de guerras es un anacronismo y, peor aún, en un mundo que ha descubierto en los últimos doce mil años que la civilización la realizan los pueblos sedentarios.
A través de todo este ensayo se hace patente el conflicto entre los estilos de vida nómada y sedentario. Así, es adecuado a guisa de epitafio ir a la escarpada, ventiscosa e inhóspita meseta del Sultaniyeh en Persia, donde terminó el último intento de la dinastía mogólica de Gengis Khan por hacer de la vida nómada la forma suprema de ésta. Él caso es que la invención de la agricultura, doce mil años atrás, no estableció ni confirmó, por sí misma, la forma sedentaria de vida. Por el contrario, la domesticación de animales que vino con la agricultura daría nuevo vigor a las economías nómadas: la domesticación de ovejas y cabras, por ejemplo, pero muy especialmente la posterior doma del caballo. Fue éste el que diera a las hordas mogólicas de Gengis Khan el poder y la organización para la conquista de China y de los estados musulmanes, y así alcanzar las puertas de Europa central.
Gengis Khan fue un nómada y el inventor de una poderosa maquinaria bélica; y esta conjunción destaca algo importante sobre los orígenes de la guerra en la historia humana. Es por supuesto tentador el cerrar los ojos a la historia y especular en cambio acerca de los orígenes de la guerra, con base en algún posible instinto animal: como si, al igual que el tigre, tuviésemos todavía que matar para sobrevivir, o, como el petirrojo, para defender el territorio nidal. Mas la guerra, la guerra organizada, no es un instinto humano. Es una forma de robo altamente planificada y coordinada. Y este sistema de robo se inició hace diez mil años, cuando los agricultores de trigo acumularon excedentes y los nómadas surgieron del desierto para robarles algo de lo que ellos mismos no podían proveerse. Hemos visto pruebas de lo anterior en la ciudad amurallada de Jericó y en su torre prehistórica. Este es el comienzo de la guerra.
Gengis Khan y su dinastía mogólica habían de traer esa forma de vida bandolera al segundo milenio. De los años 1200 a 1300 a. de C, realizaron una intentona casi final por establecer la supremacía del ladrón improductivo, el que, de manera cobarde, arrebata al campesino (quien no tiene adonde huir) las reservas que acumula la agricultura.
No obstante, ese intento fracasó. Y fracasó porque, a fin de cuentas, no les quedaba otro recurso a los mogoles que el adoptar el estilo de vida del pueblo conquistado. Cuando hubieron conquistado a los musulmanes, se convirtieron en musulmanes. Se tornaron sedentarios, porque el robo y la guerra no son un estado permanente que pueda ser sostenido. Por supuesto, los restos de Gengis Khan eran todavía transportados y tratados como una reliquia por los ejércitos en el campo de batalla. Pero su nieto Kublai Khan era ya un monarca constructivo y sedentario en China; recordad el poema de Coleridge:
Kubla Khan en Xanadu,
cúpula soberbia construyó.
El quinto heredero en la sucesión de Gengis Khan fue el sultán Oljeitu, quien arribara a esta meseta prohibida de Persia para edificar una nueva gran ciudad capital: Sulta-niyeh. Lo único que persiste de ésta es su propio mausoleo, inspiración posterior para buena parte de la arquitectura musulmana. Oljeitu fue un monarca liberal que atrajo a este lugar a gente de todas partes del mundo. El mismo fue cristiano, después budista y, finalmente, musulmán, y en esta corte intentó firmemente establecer una corte universal. Esta fue la única aportación del nómada a la civilización: reunió las culturas de los cuatro rincones del mundo, las fundió, y las envió de nuevo a fertilizar la tierra.
Resulta irónico que al final de la tentativa por el poder aquí, por parte de los mogoles nómadas, al morir Oljeitu, se le conociera como Oljeitu el Constructor. El hecho es que la agricultura y el estilo sedentario de vida eran ya pasos firmes en el ascenso del hombre y habían establecido un nivel nuevo, para dar forma a la armonía humana que había de fructificar en el futuro mediato: la organización de la ciudad.